Base templaria
La Orden del Temple está envuelta en todo tipo de leyendas. Fundada en 1119 para asegurar los caminos que llevaban a la recién conquistada Jerusalén, se ganó el favor del cisterciense Bernardo de Claraval, clave en su popularidad y la bula papal que les permitió libertad de movimientos por Europa y exención de impuestos. Dos fueron sus señas: su participación en conflictos bélicos, algo magnificado dado que solo un 10% eran soldados, y su innovadora habilidad financiera. La pérdida de territorios cristianos inició el declive de su estructura, que había alcanzado un poder y complejidad desmesurados. Unas incómodas deudas llevaron a la acusación que les hizo caer en desgracia y disolverse en 1312. Renacieron parcialmente poco después como la Suprema Orden de Cristo. Fueron avalados por la Corona portuguesa, animada por sus propias conquistas frente a los musulmanes ibéricos. Esta Orden tuvo su base en un enorme complejo conventual en Tomar, compendio del arte histórico portugués.
Dionisio I de Portugal, el rey poeta, fue el encargado de hacer revivir a los antiguos templarios partiendo de los caballeros que sobrevivieron la purga papal. La posesión más relevante en Portugal era la fortaleza de Tomar, levantada por el maestro provincial Gualdim Pais. Según cuenta la leyenda, recibió inspiración divina para elegir su colina. Sea como fuere, en 1160 empezaron las obras, cargadas también de simbología y asociadas con la base de operaciones templaria en Jerusalén: el Monte del Templo, que les dio nombre, y su Cúpula de la Roca. En 1190 tuvieron su primer examen al ser asediados por los musulmanes. El éxito aupó definitivamente a Tomar como principal plaza templaria en Portugal y actor relevante en la defensa frente a los musulmanes al sur del río Tajo. La transferencia a la Orden de Cristo no hizo sino prolongar este papel y abrir una nueva etapa con unas remodelaciones que se acercaron más a la arquitectura portuguesa, factor apuntalado tras el liderazgo de la Orden del príncipe Enrique el Navegante.
Enrique asoció a la orden con los navíos portugueses, que portaban su característico emblema de la cruz emparentada con la templaria. Continuaron las obras Manuel I y Juan III, pese a que este desmilitarizó la Orden dado que su labor defensiva no era ya necesaria. El siglo menos afortunado fue el XIX, cuando Tomar sufrió la invasión francesa y la desamortización monástica. Bienes públicos del Convento fueron subastados y un conde adosó un palacio en el claustro dos Corvos. Tras estar asociado al ejército durante décadas, finalmente se puso en valor y se restauró con el cuidado necesario para ir desplegando cada capa constructiva: románica, gótica, manuelina y renacentista. El resultado es una amalgama de estilos bajo la base tanto de una fortificación con varios torreones circulares como un convento en el que destaca el gran número de claustros, hasta seis. Es reseñable el de Juan III, diseñado por Diogo de Torralva y Filippo Terzi, por suponer la cumbre del Renacimiento manierista en Portugal.
La manuelina puerta sur da acceso al interior del Convento desde la explanada intramuros, donde antiguamente se estableció Tomar. La iglesia es otra combinación de estilos partiendo de la denominada charola, iglesia circular original del siglo XII. Exteriormente tiene 16 lados con columnas acabadas en capiteles románicos e interiormente es octogonal, con gruesos arcos conectando con el ambulatorio interior. Es la sección inspirada en la Cúpula de la Roca y la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. En el siglo XV se decoró profusamente el interior de la charola y se añadieron una nave, coro alto y sala capitular, todo actualmente en estilo manuelino. Además del arco a la charola, lo más interesante del añadido está fuera. Se trata de la ventana manuelina, famosa por sus motivos con simbología manuelina y de la Orden de Cristo: cuerdas, corales y vegetación. Conectando los distintos claustros están el refectorio y celdas de los monjes.
Tomar se encuentra unas dos horas al norte de Lisboa y está bien conectada por carretera y tren. Al estar cerca de Batalha y Alcobaça merece la pena hacer noche. La ciudad está a orillas del río Nabão, con el centro en torno a la plaza de la República y la iglesia São João Baptista, a los pies del Convento. Desde aquí hay una fuerte, pero corta subida hasta la entrada del complejo, donde podremos destinar al menos dos horas. Al otro lado del río está la iglesia donde los caballeros solían ser enterrados, Santa Maria do Olival, y en el propio río podemos ver los trabajos hidráulicos templarios en la Levada, destinada a divertir el agua para los molinos. Tomar es una ciudad entregada a la Orden del Temple y veremos referencias en cada esquina, además de haber una festividad dedicada que compite con la tradicional Festa dos Tabuleiros, celebrada cada cuatro veranos.
Fotos: Guillén Pérez / Xiquinho Silva
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