Colonia orgánica
Las deudas contraídas por España fueron la causa tras una de las aventuras coloniales americanas más originales, el pequeño estado de Klein-Venedig en Venezuela. Fue regido por los banqueros alemanes de la familia Welser, a quienes se otorgaron estas tierras tras las continuas bancarrotas reales. Los Welser aspiraban a hallar la mítica ciudad de Eldorado, pero la realidad fue menos amable. No solo fracasaron, sino que los colonos lidiaron con las enfermedades y los belicosos indígenas. En 1546 fueron expulsados de la capital, Santa Ana de Coro, una de las primeras ciudades fundadas en Venezuela y primera capital de la provincia homónima. Los alemanes la llamaron Nueva Augsburgo, pero había sido fundada previamente. Fueron una influencia más de las muchas que ha tenido esta ciudad y su puerto asociado, La Vela. La cercanía de la holandesa Curazao y los indígenas locales dieron como resultado una original arquitectura orgánica con técnicas como el bahareque, adobe y tapial.
Aunque Cristóbal Colón tocó la costa venezolana en 1498, su colonización no aconteció hasta 1522 con la fundación de Cumaná. Cinco años después, Juan Martín de Ampués fundó Santa Ana de Coro con el compromiso con los indígenas caquetíos de respetar su autoridad y usar comedidamente su excepcional sistema de irrigación. Con la llegada de los Welser, el acuerdo se rompió. Coro se convirtió en la base de operaciones alemana, de donde partían continuamente expediciones en dirección a los Llanos, Andes y Orinoco. Cuando la Corona española recuperó el control de la ciudad, el sentido de Coro se mantuvo, aunque el objetivo era extender la colonia y fundar nuevas ciudades. Sin embargo, fue perdiendo su protagonismo en Venezuela debido a su vulnerabilidad ante los ataques piratas y a su duro clima, marcado por el calor y los fuertes vientos. Ambas cosas se combinaron en el siglo XVII para casi borrar del mapa a Coro, pero paulatinamente pudo recuperarse y renacer, aunque desde un cómodo segundo plano.
Al menos hasta los tiempos revolucionarios, pues La Vela de Coro fue el puerto elegido por el primer independentista venezolano, Francisco de Miranda, en 1806. Aunque llegó a izar la bandera tricolor, Miranda no tuvo éxito. De hecho, Coro se mantuvo fiel a la Corona en los primeros tiempos de la República venezolana. Tanto esta época como la Guerra Federal, iniciada en 1859, dejaron la ciudad en estado de semiabandono, aunque entre medias hubo cierta inmigración holandesa que contribuyó a la arquitectura local. Coro se ha recuperado en las últimas décadas dejando ver su pasado e influencias. Entre ellas también juega su parte la geografía, con la ciudad encajada entre la Sierra de San Luis y las dunas de Médanos de Coro, justo en el extremo norte. En el diseño urbano, Coro cuenta con el damero clásico de las ciudades coloniales españolas, pero si nos fijamos veremos las imperfecciones de esta cuadrícula con varias calles cortadas abruptamente. Son producto de la época alemana, menos acostumbrados al diseño regular.
Lo que otorga mayor personalidad a Coro, no obstante, son sus técnicas constructivas basadas en barro, madera, arcilla, arena o cañas. Estas últimas son parte integral del bahareque, estilo muy identificativo en los bohíos, cabañas típicas venezolanas. Tapial y adobe, más comunes, se basan en compactar mezclas arcillosas sin usar fuego. Estas técnicas conocidas por los indígenas modelan edificios con toques mozárabes e influencias holandesas. El centro de Coro protege centenares de edificios históricos desde el siglo XVI hasta la expansión urbana del siglo XIX, en la que los materiales orgánicos siguieron siendo protagonistas. Entre los edificios religiosos más destacables están la iglesia de San Francisco y la catedral de Santa Ana, mientras que entre los civiles hay varias casas coloniales como Ventanas de Hierro, el Balcón de los Arcaya, la Casa del Sol y varios ejemplos en La Vela, donde más se nota la influencia holandesa. Los materiales de Coro, no obstante, la hacen especialmente vulnerable a huracanes.
Coro es hoy una tranquila ciudad de provincias de unos 300.000 habitantes. Tiene su propio aeropuerto, aunque es más concurrido el de Punto Fijo, a una hora por carretera. El centro es fácilmente paseable, con varias casas coloniales reconvertidas en museos como Balcón de los Arcaya y el Museo Guadalupano Casa del Tesoro. Otras como Ventanas de Hierro también ofrecen visitas. Una vez visto el centro es recomendable acercarse a dar un paseo a La Vela y aventurarse hasta lo alto de alguna duna en los Medanos, donde podemos llegar andando. Las vistas son especialmente bellas al atardecer. Un poco más lejos, la sierra San Luis también merece una excursión. Entre las fiestas locales destaca Los locos de La Vela, en el puerto, para celebrar los Santos Inocentes cada 28 de diciembre, mientras que en la gastronomía destacan los productos con el chivo como ingrediente principal, como el chivo en coco.
Fotos: Nick Warner / Ángel Raúl Ravelo Rodríguez
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