Laberintos bajo la ciudad
El Reino de Judea dominó territorios al sur de Jerusalén entre los siglos X a.C. y VI a.C. El suelo en el que se asentó este reino es de piedra caliza, lo que facilita mucho su excavación por su gruesa capa y su suavidad. Los pobladores de esta zona eran conscientes de ello y alrededor del siglo VIII a.C. empezaron a horadar su suelo en la zona de la ciudad de Maresha y su vecina Bet-Guvrin. Lo hicieron durante siglos, hasta que con el retorno de los musulmanes y la expulsión de los Cruzados las cuevas quedaron en desuso. El resultado es un enorme laberinto de salas excavadas, salas que tenían todo tipo de funciones. En Maresha y Bet-Guvrin, al contrario que en otras zonas del mundo como Turquía, no había ciudades subterráneas como tal, sino una ciudad debajo de la ciudad.
Maresha aparece como conquista hebrea en el libro de Joshua y como fortificación del rey judío Rehoboam, hijo de Salomón, el último rey del reino judío unificado. Desde su fundación fueron compañeros comerciantes del reino de Asiria, al noreste de aquí. Su destino estaba tan unido al de los asirios que, cuando estos cayeron a manos de Nabucodonosor II, cayó Maresha. Posteriormente fue edomita y helenística con Alejandro Magno hasta que los partos la destruyeron en medio de luchas territoriales. Sus habitantes hicieron las maletas y se trasladaron a Bet-Guvrin. Esta ciudad vecina ya existía en tiempos de Judea, cuando era llamada Beth Gabra. Su periodo de esplendor llegó con los romanos, ya en nuestra era. Entonces era llamada Eleutheropolis y la capital del territorio. Su nombre romano significa ciudad de los libres y da idea del estatus de la ciudad. Su situación en medio de las rutas comerciales permitió su crecimiento. Eleutheropolis también fue una de las primeras ciudades cristianizadas. Junto a los practicantes de la nueva religión existió una pequeña comunidad judía.
Su situación, sin embargo, hizo que también fuera uno de los primeros objetivos de los musulmanes. Fue conquistada en el siglo VII de la mano de Amr ibn al-As. También fue objetivo prioritario de las Cruzadas, que gobernaron la ciudad desde 1099 y dejaron su sello con un castillo Cruzado. Se llamaba ya Bethgibelin cuando los mamelucos la recuperaron para el Islam, periodo prolongado hasta el siglo XX con los otomanos. Con la vuelta de los musulmanes se perdió el sistema de cuevas, que fueron poco a poco ocupadas por la naturaleza. Recuperadas en el siglo XIX, desde entonces han sido reabiertas, aunque solo en un pequeño porcentaje. Israel limpió el territorio de palestinos en la primera Guerra Árabe-Israelí en 1948. Actualmente, el territorio solo es habitado por un kibutz judío, pues el territorio fue declarado Parque Nacional.
Las cuevas de Maresha y Bet-Guvrin no eran usadas principalmente como vivienda, pero sí para cualquier otra cosa. Hay cisternas, presas de aceite, baños, palomares, establos, templos, refugios y necrópolis. La arquitectura va desde sencillos nichos a grandes estructuras en forma de campana o con pilares y columnas. Entre estas últimas destaca una cámara funeraria de origen sidonio que cuenta también con frescos con siglos de antigüedad. Maresha fue investigada por Bliss y Macalister a comienzos del siglo XX. Recuperaron muchos artefactos, pero se estima que solo el 10% de la ciudad ha sido excavada. Por entonces, Edward Robinson ya había trabajado en Bet-Guvrin, donde todavía se utilizaba parcialmente el semiderruido castillo Cruzado y donde localizó iglesias bizantinas, entre las que Santa Ana destaca con una cúpula que se mantiene en pie. Desde 1989, Israel ha continuado los trabajos con Amos Kloner al frente. Este arqueólogo ha recuperado el anfiteatro y los baños romanos.
Las cuevas de Maresha y Bet-Guvrin son una atracción bastante popular entre los israelíes. Situadas a poco más de una hora de Jerusalén y cerca también de Tel Aviv, es una perfecta excursión de un día si se va y vuelve en transporte privado. Lo más interesante que ofrece el lugar, además de su historia, es la oportunidad de colaborar en los trabajos arqueológicos. La Israel Antiquities Authority inició hace años un programa denominado Dig for a Day, orientado tanto a adultos como a niños. Durante tres horas, por un módico precio añadido a la entrada regular y siempre bajo reserva previa, podemos convertirnos en arqueólogos. El trabajo consiste en excavar un trozo delimitado y luego analizar los restos encontrados. Como mínimo encontraremos trozos de vasijas, pero con un poco de suerte sacaremos a la luz monedas de más de 2.000 años de antigüedad.
Foto: Derek Winterburn / Mboesch
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