Franceses amurallados
Quebec es la segunda provincia más poblada, rica y extensa de Canadá, aunque es famosa por ser la única que tiene el francés como lengua nativa. Es parte de su diferente identidad respecto al Canadá anglófono, con la que constantemente gestiona su relación. Como otras zonas del este canadiense, fue descubierta y poblada por franceses, que penetraron por el río San Lorenzo, arteria del país. El diplomático y explorador Samuel de Champlain fue el hombre clave. Además de cartografiar la zona, estableció el primer asentamiento en la región de Acadia y en 1608 fundó la ciudad de Quebec. Su ánimo explorador fue aplacado por Luis XIII, que en 1620 le pidió que se dedicara a gestionar tan vasto territorio convirtiéndose en el gobernador de Nueva Francia. Al contrario de lo que sucedió en Acadia, cuando los británicos conquistaron Quebec se vieron forzados a respetar la identidad de los franceses por el gran número de estos. Con el tiempo, Montreal se convirtió en la ciudad poderosa, mientras que la vieja capital quedó en un segundo plano. Le permite ser la única ciudad al norte de México que ha conservado intacto su centro histórico.
Quebec está situada en una posición estratégica, donde el río San Lorenzo empieza a estrecharse: su nombre en idioma algonquin significa justo eso. El San Lorenzo llega aquí tras formar dos brazos separados por la isla Orleans. En este punto, Cap Diamant, hay un promontorio que facilita aún más la defensa. No fue Samuel de Champlain el que eligió este privilegiado sitio. Antes qué él, el pionero Jacques Cartier montó un asentamiento temporal no lejos de una antigua ciudad iroquesa llamada Stadacona. Quebec se levanta para conformar el primer canadá, literalmente asentamiento, de Nueva Francia. Desde muy pronto fue objetivo de las guerras entre Francia y Gran Bretaña. Fue tomada puntualmente por los británicos en 1629 y definitivamente en 1763, tras la entrega de Nueva Francia. Tenía entonces 8.000 vecinos, dedicados tanto a la agricultura como al comercio. Su aspecto era el de una ciudad medieval europea, murallas incluidas.
Estas habían sido levantadas no mucho antes por Gaspard-Joseph Chaussegros de Léry, conocido como el padre de la arquitectura canadiense. Las recientes derrotas en Acadia aconsejaban la fortificación de Nueva Francia. Levantó murallas en varias ciudades y Quebec no podía ser menos. No fueron suficiente frente a los británicos, que asediaron la ciudad en 1759 y la tomaron tras la cortísima batalla de las Llanuras de Abraham. Los británicos arreglaron las murallas e hicieron bien, porque fueron los revolucionarios estadounidenses los que las pusieron a prueba. Tras el ataque de 1812 se vencieron las estrecheces presupuestarias para levantar la Ciudadela, diseñada por Elias Durnford en 1819. No fue nunca atacada. Quebec se convirtió en el centro administrativo, rol que se impuso al económico. Ambos están representados en Quebec por las ciudades alta y baja, separadas por un barranco. Alta para el poder político y religioso; baja, junto al puerto, para el comercio.
Las murallas deben su existencia al tercer gobernador de Canadá, Lord Dufferin. Habían perdido sentido y entorpecían la expansión urbana, por lo que las autoridades locales empezaron su derribo en 1875. Dufferin se opuso y a cambio las arregló y abrió nuevas puertas. Fueron protegidas y hoy son el símbolo de la ciudad. En la parte más alta, la Ciudadela las remata. Este fuerte de estrella de altísimo coste no ha perdido su función militar, a la que añadió la de residencia real. En la parte alta está la catedral, la más antigua al norte de México. Muy reformada con el paso del tiempo, la actual es obra del clan Baillairgé, una saga de arquitectos que puso de moda su propio neoclásico. En esta zona destaca más el fastuoso hotel Château Frontenac de finales del XIX, uno de los más fotografiados del mundo. La parte baja es más sencilla y acumula edificios del XVII y XVIII en torno a la place Royale y la calle Notre Dame.
Quebec tiene más de medio millón de habitantes servidos por un aeropuerto conectado con Europa y Norteamérica. Para pasar de la parte baja a la alta están las escaleras Casse-Cou o un funicular. Arriba merece la pena el paseo por la terraza Dufferin, que rodea el Cap Diamant. Es recomendable también hacer un pequeño crucero por el San Lorenzo. Se puede visitar la isla Orleans o al menos cruzar a ciudad de Lévis para ver la ciudad con perspectiva. Los inviernos traen a Quebec un frío extremo. Justo entonces, en febrero, se celebra la fiesta más famosa: el Carnaval de Invierno. Hay muchas actividades relacionadas con la estación como un concurso de escultura de hielo. La gastronomía mezcla elementos británicos y franceses. Los quesos son muy famosos y el plato principal es el pastel de carne tourtière québecoise.
Fotos: The Photographer / Musée Royal 22e Régiment
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