Paraísos cerrados
Los persas aqueménidas, a mediados del primer milenio a.C., dejaron por escrito sus ideas sobre cómo diseñar espacios cerrados que buscaran ser paraísos terrenales. De hecho, la misma palabra paraíso procede del persa avéstico pairidaēza: espacio cerrado. Este era el objetivo principal de estos primeros diseñadores de jardines: crear espacios acotados de relajación y socialización. Sería aventurado afirmar que los persas fueron los primeros en diseñar jardines ornamentales, porque la primera constancia de uno procede de Egipto. Sin embargo, sí fueron los más influyentes. A través de los griegos, principalmente Alejandro Magno, llegaron a Europa. Hasta es posible que los Jardines Colgantes de Babilonia no fueran más que una idealización de los jardines persas. Estos contienen varios elementos fundamentales, siempre teniendo en cuenta el clima iraní: un espacio cerrado por murallas que remarca el contraste entre el árido exterior y el esplendoroso interior, juegos de luces y sombras, agua, geometría con uso de ángulos rectos y simetrías y, por último, alternancia de espacios abiertos y cerrados. Estos jardines, refinados en su estilo ya en la era musulmana, se conocen en Irán genéricamente como bāgh.
No se sabe cuándo los persas empezaron a diseñar jardines, pero como mínimo empezaron a hacerlo en el siglo VI a.C. La evidencia la podemos encontrar en la antigua ciudad y hoy sitio arqueológico de Pasargadae, levantada por Ciro el Grande. En su jardín están presentes los principales elementos del jardín persa: geometría, elementos arquitectónicos y agua. Con respecto a este último, en Pasargadae vemos otro protagonista habitual del jardín persa. En Irán, el agua es un bien escaso y a veces hay que traerla de muy lejos. Para ello, los persas utilizaban complejos sistemas de canalización, los conocidos como qanat. Datan de la misma época de Ciro el Grande. En nuestra era, los persas sasánidas pusieron especial acento precisamente en el agua, a través de esplendorosas fuentes. Hasta esta época, los jardines eran tan funcionales como decorativos. La balanza se inclina a favor de lo segundo con la llegada del Islam, bajo el concepto conocido como hayāt. Los persas musulmanes apuestan también por potenciar la geometría de los jardines y revitalizan el charbagh.
Charbagh es un concepto zoroastriano. Consiste en dividir el jardín en cuatro partes, cada una representando un mundo y un elemento: agua, aire, tierra y fuego. Cada cuadrante tiene sus propios canales y todos terminan uniéndose de forma simbólica en un estanque central que representa la armonía vital. Es la representación final del jardín del Edén, el paraíso hecho jardín. La invasión mongola trajo un nuevo foco, esta vez en las estructuras. Es algo que podemos comprobar en los jardines que sus herederos mogoles diseñarían posteriormente más al este, en Lahore o el Taj Mahal. La dinastía safávida, entre los siglos XVI y XVIII, supuso la última evolución: jardines más grandes y primeras influencias en sentido inverso, principalmente de Francia. En las últimas dinastías en crear jardines, zand y qajar, está influencia se aprecia más claramente. Los jardines que hoy podemos ver nos llevan a estas últimas etapas. Aunque los hay más antiguos, cada dinastía los retocaba a su gusto.
Los jardines persas difieren entre sí de acuerdo al contexto local: influyen arquitecturas locales o climas diferentes, ya sea por extrema aridez como el jardín de Shazdeh o mucha humedad como Abbasabad. Para encontrar los ejemplos más esplendorosos hay que viajar a las capitales safávida y zand. En Isfahán se encuentra Chehel Sotún. Significa cuarenta columnas, aunque si contamos las del impresionante pabellón central solo veremos veinte. El juego es que estas se duplican cuando vemos su reflejo en el estanque frente al pabellón. Esta imagen rivaliza con los fantásticos frescos de batallas del interior. Shiraz, la capital zand, cuenta con el jardín de Eram. Aunque es de los más antiguos junto al de Fin, del siglo XI, fue reformado por los zand y los qajar. Su diseño, vegetación y canalización son de los más brillantes.
Es casi seguro que en un viaje por Irán pasaremos por algún jardín persa. Los nueve jardines más representativos están en ocho ciudades y el sitio arqueológico de Pasargadae. Estas ciudades son por ejemplo Kashan, Yazd, Shiraz o Isfahán, visitas habituales allí. Son jardines concebidos privadamente y amurallados, así que cobrar entrada es lo habitual. Chehel Sotún no es la excepción, pero a cambio se da una audioguía que nos ayudará a interpretar los frescos del pabellón. El mejor momento para visitar un jardín persa es en primavera: nos garantizará agua en los estanques y fuentes y flores. Si Asia nos queda lejos, en Europa se puede disfrutar de un fantástico jardín persa: el Generalife de Granada.
Fotos: Mostafameraji / Saleh Mousavi
Comentarios recientes