Cono sagrado
Es bastante probable que cuando a alguien le pidan que piense en un volcán, la imagen que le venga a la cabeza sea la del monte Fuji de Japón. Sus 3.776 metros, que le convierten en la montaña más alta de este país, están aislados de otros conos y son perfectamente simétricos. Por si fuera poco, muchos meses al año presenta una gorra de nieve y a sus pies unos cuantos lagos contrastan con la montaña. La imagen no puede ser más icónica e inspiradora. Tanto es así, que una serie de 36 grabados firmados por Katsushika Hokusai se convirtieron en una de las obras culmen de la técnica Ukiyo-e, especialmente La Gran Ola. Además de su belleza, el Fujisan es excepcionalmente sagrado para los sintoístas. Forma parte de los tres montes sagrados de Japón, junto al Tate y el Haku. Desde hace más de un milenio, Fujisan ha desarrollado en su entorno un culto que ha atraído peregrinos de todo el país. Todo es sagrado a su alrededor: desde sus lagos, cataratas y bosques hasta obras humanas, como sus numerosos santuarios sintoístas.
Fujisan es un estratovolcán activo, lo que significa que en algún momento habrá una nueva erupción con fuerza suficiente para formar un nuevo estrato. No todas las erupciones son iguales: aunque hubo una en 1706, la última que cambió realmente su forma sucedió hace unos 10.000 años. A su alrededor se reconocen tres zonas: césped, bosque y la desnuda y nevada cumbre. Esta tiene ocho picos, que tradicionalmente se recorren haciendo un círculo por la cima. Fujisan está rodeado en la parte norte por cinco lagos a unos mil metros de altitud. Kawaguchi es el más famoso de todos: desde aquí se hacen la mayor parte de fotos. Yamanaka es el más grande y el único que tiene una salida natural a través del río Sagami. Los otros tres lagos están conectados subterráneamente. De hecho, en el pasado fueron uno solo. Ríos de lava dividieron aquel gran lago y a orillas de los nuevos creció el bosque Aokigahara. Es uno de los más famosos de Japón por lo impenetrable y silencioso que es. Mucha gente se pierde y demasiados vienen aquí a suicidarse: es el punto preferido por los japoneses para ello.
El culto sintoísta al monte Fuji tiene su foco en los 1.300 santuarios asama y otros puntos naturales sagrados como la catarata Shiraito. La mayor parte de ellos miran al monte, una auténtica deidad para ellos. El principal de todos es Fujisan Hongu Sengen Taisha. Parece que el culto en su territorio se inició hace unos 2.000 años, durante una época de intensa actividad volcánica del Fujisan. Sin embargo, es sobre el siglo IX cuando se construye el primer santuario. El actual santuario asama de cabecera es posterior, del siglo XVII, cuando durante el periodo Edo aumentó su actividad entre los peregrinos. Una de las principales figuras del culto al Fujisan, Hasegawa Kakugyo, alcanzó el nirvana en la cueva del viento o Hitoana, que ahora alberga un santuario y multitud de pequeños monumentos. Otro punto interesante es el pueblo de Oshino, otro lugar de peregrinaje gracias a las ocho charcas que se localizan aquí.
La fama del Fujisan se multiplicó en el siglo XVII. En aquella época, recién comenzado el periodo Edo, la capital se desplazó a la cercana Tokio. Sin embargo, Kioto seguía siendo relevante y se tejieron varios caminos entre ambas ciudades. El de la costa, conocido como Tokaido, se convirtió en el más famoso. No poca culpa la tuvo la vista del Fujisan que se disfruta. En esos siglos, la falda del monte Fuji se convirtió en un campo de entrenamiento de los samuráis, que perfeccionaron la técnica del arco a caballo, yabusame, aquí. Con la restauración Meiji, la fama alcanzó nivel mundial. Aunque el primer ascenso fue en el siglo VII, Rutherford Alcock fue el primer occidental en hacer cima en 1868. Fue el primero de muchos, pues en el siglo XX se convirtió en el icono que es hoy.
Tanto, que es visita obligada, pues además está muy cerca de Tokio: a unos cien kilómetros. Para disfrutar de Fujisan podemos acercarnos a ver las vistas o ascenderlo. Esto último está restringido a los meses de julio y agosto: las temperaturas en la cima son muy bajas el resto del año y el tiempo es muy cambiante. En esos dos meses, cerca de medio millón de personas suben al Fujisan, convertido en una especie de romería. La mayor parte de ellos pasan antes por Kawaguchiko, la zona de albergues en torno al fotogénico lago Kawaguchi. Desde aquí es habitual coger transporte a una de las conocidas como quintas estaciones, aproximaciones a la cima. La de Kawaguchi vuelve a ser la más habitual, tanto que tiene un bus directo con Tokio. La ascensión lleva unas 4-8 horas de ida y 2-4 de vuelta. Se suele partir en dos, haciendo noche en alguno de los numerosos refugios. La idea es ver el amanecer en la cima para saludar al sol naciente que da sobrenombre a Japón. Si vamos fuera de temporada se puede coincidir con algún festival: el del santuario Sengen Taisha es el 5 de mayo.
Fotos: fosa. / Roger Walch
2 Comments
muy interesante
Muchas gracias Alejandro!