Madera en vertical
Rodeada de montañas en la cara oeste de los Cárpatos, la región histórica de Maramureş está vertebrada por el río Tisza, uno de los últimos grandes afluentes del Danubio. A este río se le denominó en tiempos el río más húngaro, porque su curso entero estaba dentro del reino. La realidad hoy es más compleja y el Tisza parte en dos Maramureş, entre los estados de Ucrania y Rumanía. Aunque fueran parte de Hungría, los habitantes de Maramureş siempre hicieron gala de una fuerte identidad propia, empezando por la religión. Tras el paso de los mongoles, esta región se repobló durante el siglo XIV, siendo el monasterio ortodoxo de Peri su referencia espiritual. La población estaba muy diseminada por el carácter rural de Maramureş y cada pueblo tenía su propia iglesia. Muchas de estas cayeron en 1717 durante la invasión tártara de Maramureş. Algunas se reconstruyeron y datan de entonces. Su principal característica es la excepcional verticalidad pese al material utilizado, la madera.
Los repartos territoriales tras la I Guerra Mundial fueron muy arbitrarios, hasta el punto que ciudades como Sighetu Marmației, a orillas del Tisza, quedaron divididas. Maramureş llevaba unida siglos, bien como parte del reino húngaro, del Principado de Transilvania dependiente del imperio otomano y finalmente bajo el imperio astrohúngaro. La última etapa de construcción de las iglesias de madera coincidió con este último teniendo lugar a comienzos del siglo XVIII, aunque la tradición tiene raíces anteriores. Los vaivenes políticos tuvieron el efecto de crear en Maramureş una mezcla cultural con ecos del antiguo imperio bizantino e influencias de Centroeuropa. De las ocho iglesias de madera principales, tres de ellas son anteriores a la invasión tártara. Son Budeşti, Rogoz y Poienile Izei, aunque las tres tienen añadidos o decoraciones posteriores. Afortunadamente, durante el siglo XX las iglesias soportaron indemnes los cambios políticos y la mayor sensibilidad redundó en restauraciones tanto de las construcciones como de sus frescos.
Las iglesias de madera de Maramureş están localizadas dentro de una pequeña extensión montañosa, lo que seguramente ha favorecido la unidad estilística. Todas comparten un plano similar formado por tres partes: nave principal y pronaos rectangulares y un santuario pentagonal en la parte posterior. La técnica constructiva es también similar, con una base de piedra sobre la que se van instalando las vigas de pino o roble mediante el sistema blockbau en el que las vigas se ensamblan sobresaliendo en las esquinas para aportar mayor estabilidad. Esta estructura se cubre con tejados abovedados en diferentes formas de los que sobresalen característicos campanarios muy altos y estrechos. Decorativamente hay detalles en las paredes exteriores, puertas, ventanas, etc. En el interior, las paredes fueron completamente cubiertas por frescos durante los siglos XVIII y XIX de acuerdo a tradiciones posbizantinas con un toque local que le aporta una mayor frescura. Además, algunas incorporan estilos más barrocos en las pinturas más tardías.
En todo Maramureş se cuentan unas cien iglesias de madera, aunque las ocho principales están en los valles de Cosău, Mara e Iza. Las más imponentes son las iglesias de Șurdești y Plopiş, especialmente por sus altísimas torres con cuatro pequeños pináculos acompañando en la parte superior. Estos cuatro pináculos, una conexión con la región de Lapus, aparecen también en la iglesia de Budeşti, una de las más influyentes en la región por su temprana construcción. En Ieud Deal destaca el cementerio anexo, otra característica común, que en este caso se acompaña de un Vía Crucis. Las decoraciones labradas en la madera eran también comunes, pero en ninguna es tan apreciable como en Rogoz. Entre las pinturas de los interiores es complicado destacar ejemplos concretos, pero los autores principales de la región fueron Alexandru Ponehalski y Radu Munteanu, ambos activos en la segunda mitad del siglo XVIII. Dejaron su sello en Budeşti, Deseşti, Ieud Deal y Rogoz.
La región de Maramureş atrae bastante turismo por su carácter tradicional. La ciudad de referencia es Baia Mare, con aeropuerto conectado con Bucarest, mientras que la mejor forma de moverse por los valles es sin duda en transporte privado, aunque por el estado de las carreteras puede ser conveniente hacerlo con conductor. Baia Mare es una agradable ciudad de provincias en la que destaca su catedral de San Esteban. Las iglesias de madera están dispersas por la región y podemos ver varias el mismo día. Nada nos asegura que podamos ver el interior, no obstante, y dependeremos de las misas. No hay que confundir el monasterio de Bârsana con la iglesia de madera homónima, aunque también merece una visita. Otras atracciones famosas, ambas en Sapanta, son el monasterio de Peri con su altísima torre de madera y especialmente el pintoresco cementerio de Merry. Hay también varios museos etnográficos y, si queremos algo más natural, hay dos Parques Nacionales en el este: Rodna y las montañas de Maramureș.
Fotos: Țetcu Mircea Rareș / Witold Waschut
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