Estado misión
La historia de los jesuitas en Sudamérica es de una búsqueda de autonomía frente a la autoridad colonial. En ciudades como Córdoba diseñaron una red de estancias alrededor de la ciudad que sostuvieron económicamente la Orden, pero en Río de la Plata fueron más allá. En esta zona de selva tropical, históricamente habitada por los guaraníes, los jesuitas crearon un auténtico estado dentro del estado levantando multitud de misiones autosuficientes desde el siglo XVII. Los guaraníes, viendo una alternativa deseable a la esclavitud o las encomiendas, las hicieron triunfar. Con el tiempo fueron más allá creando su propio ejército para protegerse de los comerciantes de esclavos portugueses, llegando en el siglo XVIII a congregar más de 140.000 nativos en comunidades con cierto toque utópico. Por razones ajenas a las misiones, los jesuitas fueron disueltos en 1767 iniciando el declive de las misiones, envueltas en guerras fronterizas e independentistas. Hoy, todo lo que queda de ellas son bellos conjuntos de ruinas en distinto estado.
Las misiones fueron también conocidas como reducciones de indios, un término más genérico que englobó comunidades similares, incluso seculares. Tenían el principal objetivo de sedentarizar comunidades indígenas nómadas para poder controlarlas mejor impositiva e ideológicamente. Los jesuitas, llegados más tarde que otras Órdenes, se dedicaron a áreas más inaccesibles. Jugaron bien sus cartas vendiendo la oportunidad a los líderes guaraníes, los famosos caciques. No todo fue gratis. Las enfermedades europeas diezmaron sus vidas y la concentración de indígenas funcionó en los inicios como imán para los bandeirantes portugueses. Estos fueron aplacados cuando la Corona española autorizó la formación de un ejército de 5.000 guaraníes. No le venía mal a la colonia, que pudo sostener las frente al avance portugués. Todo se torció cuando las dos potencias se repartieron el territorio dejando algunas misiones del lado portugués. Los guaraníes intentaron resistir, pero finalmente se mudaron al lado español poco antes de la disolución de la Orden.
Tras sufrir unos años con la dispersión de las misiones, en 1638 se concentraron en la cuenca de los ríos Paraná y Uruguay, unos 200 kilómetros al sur de Iguazú, en una zona repartida hoy entre Paraguay, Argentina y Brasil. Ya había algunas allí como Loreto, fundada en 1610. Fue uno de los sitios más eruditos gracias a su imprenta y la traducción de la Biblia al guaraní. Su estado actual es mucho más ruinoso que la cercana San Ignacio Miní, que tras una mudanza se estableció en 1696. La cercanía del río Paraná potenció su papel en la artesanía y comercio, dos de las prioridades de los jesuitas que hicieron que su población alcanzara los 4.500 indígenas. Los restos de la iglesia construida en arenisca roja y estilo barroco guaraní son de gran tamaño: 74×24 metros. Muy cerca también, río abajo, se encuentra Santa Ana. Su estado es todavía más precario que el de Loreto debido a que la vegetación la cubrió y quebró los restos de la misión. Por otro lado, esto le da un encanto especial.
Al trasladarnos al río Uruguay llegamos a las otras dos misiones. Aún del lado argentino queda Santa María la Mayor, fundada en 1626. Las ruinas no están en un gran estado, pero son muy distinguibles las estancias en las que vivían jesuitas y hasta mil indígenas. Cruzando el río cambiamos de país y llegamos a Sao Miguel das Missoes. Es la que tiene una historia más corta, pues tras varias mudanzas su iglesia fue acabada en 1744, poco antes de pasar a manos portuguesas. Los indígenas se negaron al cambio de nacionalidad y Sao Miguel fue centro de las guerras guaraníes, pero finalmente claudicaron. Unos años antes, un incendio acabó con el techo, pese a lo que es de lejos la mejor conservada. Su barroco guaraní es obra de Gian Battista Prinoli, muy apreciable en su fachada y la torre del campanario, casi intactas. Las estructuras complementarias están también razonablemente conservadas.
Las cuatro misiones argentinas son accesibles con una misma entrada. Tres están cerca de Posadas, siendo con mucho la más visitada San Ignacio Miní. Mucho turismo llega desde Iguazú, unas tres horas al norte, o la visita en ruta desde Buenos Aires. En San Ignacio Miní hay visitas guiadas y espectáculo nocturno. Santa Ana y Loreto merecen la pena como complemento por la cercanía. Menos gente veremos en Santa María la Mayor, pues está fuera de las rutas nacionales. Toda esta región está marcada por el mate, bebida argentina por antonomasia, cosechada por los guaraníes en las misiones. En cuanto a Sao Miguel, las ruinas están en el pueblo moderno homónimo. Casi todo el turismo es nacional, pues está en medio de la nada, a seis horas de la capital Porto Alegre. La infraestructura es muy buena, con un museo y espectáculo nocturno.
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