Paseo entre saltos de agua
Álvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los más prominentes exploradores españoles del nuevo mundo, emprendió su segundo viaje a finales de 1540. Su objetivo era llegar a la Isla Santa Catarina, al sur del actual Brasil, y atravesar el continente hasta arribar en Asunción, en Paraguay. Guiado por indios guaraníes caminaba por la selva junto al río Iguazú cuando, según sus palabras, el río dio “un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe que de muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas y más”. Cabeza de Vaca se convertía así en el primer occidental en contemplar las imponentes cataratas de Iguazú, que en el idioma nativo significan agua grande. Calificada como una de las nuevas siete maravillas naturales del mundo, el espectáculo de Iguazú es compartido por Argentina y Brasil, siendo ambos países complementarios entre sí a la hora de disfrutar el espectáculo.
Las cataratas se sitúan 23 kilómetros antes de la confluencia del río Iguazú con el Paraná. En esta zona de bosque húmedo subtropical, una de las más extensas del continente, los guaraníes llevan viviendo un milenio. Consiguieron eliminar a los indígenas caingangues y expandieron sus cultivos por la zona. Tras la llegada de los conquistadores, su vida apenas cambió, salvo por la presencia de las misiones jesuíticas. Hoy apenas quedan 7.000 nativos que sobreviven sin apenas tierras ni oportunidades. A finales del siglo XIX arranca el turismo en el lado argentino. Aunque Puerto Iguazú ya existía como ciudad de servicios, el difícil acceso a las cataratas se solventó con una pasarela sufragada gracias a Victoria Aguirre, benefactora de Iguazú. El naturalista argentino Carlos Thays las estudió en 1902, proyectando un perfil de las cataratas que luego serviría de base para el Parque Nacional, creado en 1934. El Parque cubre principalmente la sección de las cataratas, siendo mucho mayor en extensión por el lado brasileño.
El lado argentino es más prolífico, eso sí, en saltos de agua. De los 275 que se cuentan en Iguazú, el 80% están en este lado. Los más famosos, como el salto Dos Hermanas, el Bossetti o el Chico se pueden visitar tanto con un paseo inferior como uno superior. Pero, sin duda alguna, la mayor atracción es la Garganta del Diablo, donde se encuentra el salto Unión, de 80 metros y muy cerrado en forma de U. El ruido ensordecedor se puede experimentar desde barcas que se aproximan al salto o por la parte superior, gracias a un tren ecológico que llega hasta Puerto Canoas. Desde aquí se puede pasear hasta situarse a 50 metros de la garganta. Del lado argentino también se encuentra la isla de San Martín, accesible en barca. En esta isla anidan muchos buitres. También tiene sus propios saltos de agua.
El bosque húmedo de Iguazú da alojo a multitud de especies de flora y fauna. La flora cuenta con más de 2.000 especies distintas de plantas vasculares. Los árboles que dominan son el palo rosa y los palmitos, que crecen a su abrigo. También abundan los ceibos, cuya flor es la nacional de Argentina. El animal más representativo es el vencejo de cascada, un pequeño pájaro que tiene por costumbre anidar detrás de la cascada, atravesándola por pequeños espacios que solo ellos conocen. Es la mejor forma de protegerse de los depredadores. El mamífero más fácil de ver es el coatí y otros más protegidos son los jaguares, tapires, ocelotes, el pequeño puma yaguarundí y osos hormigueros gigantes.
Las cataratas son una de las mayores atracciones de Argentina, así que su visita hoy en día es sustancialmente más sencilla que hace unas décadas. Puerto Iguazú se ha convertido en una ciudad turística que incluye su propio aeropuerto. No obstante, esta ciudad fue objeto de las políticas de mantenimiento de cambio que se promulgaron en Argentina en los 90, así que el tamaño es mucho menor que su localidad hermana en Brasil. Con esta está unida a través del puente Tancredo Neves, que casi todo turista usa en algún momento. El lado argentino se caracteriza por los paseos y no tanto las panorámicas, más deslumbrantes en el lado brasileño. Además de los paseos por las cataratas, el lado argentino ofrece excursiones por la selva como el sendero Macuco, que hace referencia a otro ave característica del parque. Es mejor no escatimar con el tiempo y dedicar al menos un día entero al lado argentino. Ir en el invierno argentino, entre junio y septiembre, es más conveniente por las temperaturas más suaves. En todo caso, es mejor informarse por si las crecidas obligan a cerrar paseos o el acceso en barco.
Foto: Leandro Neumann Ciuffo / Tom Stephenson
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