Caprichos de la selva
Si uno se fija solo en las patas de un okapi, pensará que es una cebra. Su largo cuello puede despistarnos, pero será su cabeza la que definitivamente nos confundirá. La solución es que, pese a la diferencia de tamaño, se trata del único animal emparentado con la jirafa, con quien comparte el género giraffidae. El okapi es como una versión menos evolucionada. Muchos biólogos sostienen que es un fósil viviente, un animal que apenas ha evolucionado en más de diez millones de años. El okapi es más solitario que las jirafas y su hábitat es muy diferente. Prefiere tupidas selvas tropicales para las que está equipado con camuflaje, visión nocturna y fino olfato. Las dificultades del país en el que son endémicos, la República Democrática de Congo, y lo esquivos que son han hecho que apenas se les haya investigado. Tan misterioso es todo lo que gira en torno a los okapis que las estimaciones de su población difieren mucho. No obstante, el consenso es que se ha reducido drásticamente por la pérdida de hábitat. Reservas como a la que dan nombre son fundamentales para su supervivencia.
Estamos en la selva de Ituri, al noreste del Congo, una zona fronteriza con Uganda al norte de las montañas Virunga. El nombre se lo da el río Ituri, afluente del Congo que marca la frontera sur de la Reserva. El Ituri recorre 650 kilómetros hasta juntarse con el río Nepoko, frontera norte. Una vez juntos forman el Aruwimi. La cuenca del Ituri se asienta en una meseta a unos 700-1.000 metros de altitud con algunos repechos como el monte Mbia. Es una selva muy inaccesible que fue bautizada en el siglo XIX como el África más oscura. El nombre se lo dio la conocida como Expedición en auxilio de Emin Pasha, liderada por Stanley en 1887. Fueron los primeros europeos en atravesar, con muchas penurias, la zona, remontando el Congo hacia el lago Alberto. Poco ha cambiado la foto desde entonces, pues apenas viven 4.000 personas en el más de millón de hectáreas de la Reserva, en la que hay un solo poblado: Epulu.
Así pues, Okapis está dedicada a la biodiversidad. Hablamos, por supuesto, de jungla pura con la lluvia como constante a lo largo de todo el año, incluso en los meses denominados secos. Bosques y pantanales se suceden con protagonismo del árbol limbali, apreciado por su madera. En este contexto, la fauna se adapta a las condiciones y una estrategia pasa por reducir el tamaño: elefante africano de bosque, antílope almizclero enano, gato dorado, leopardos y varias especies de pequeños antílopes conocidos como duikers, etc. En la media centena de mamíferos hay varias especies endémicas, siendo los okapis los protagonistas. Se estima que aquí viven un 20% de los okapis que quedan, pero las cifras bailan mucho. También tienen relevancia las trece especies de primates de la Reserva, lo que supone más que ningún otro bosque africano. Reptiles como cocodrilos, cientos de especies de insectos y más de 300 de aves, la mayor parte anidando en Okapis, completan el cuadro.
En la Reserva de Okapis viven dos grupos étnicos muy diferentes, pero que saben convivir e incluso comerciar: pigmeos y bantúes. Los primeros son los mbuti o efe y viven en tribus reducidas cazando y recolectando. Los bantúes, por el contrario, son agricultores. Ambas etnias llevan viviendo aquí de forma sostenible mucho tiempo. El futuro de su forma de vida está ligada a la selva tanto como le ocurre a los okapis. Para su protección nació en 1987 el Okapi Conservation Project, clave en la creación de la Reserva. Desde su base de Epulu trabajan educativamente para que la destrucción del hábitat no aumente debido a la agricultura y la minería. En 2012 sufrieron un brutal ataque de cazadores furtivos de elefantes y buscadores de oro: mataron a los okapis del centro, que quemaron, y asesinaron a población local. Pudieron reponerse y seguir su trabajo, aunque este no es fácil con sus medios y la enorme extensión de Okapis.
La estabilidad sigue en entredicho y fluctúa tregua a tregua, pero una vez recuperado el centro es factible viajar a la zona, aunque sigue siendo una aventura. El objetivo es llegar hasta Epulu, donde la fundación tiene una casa de huéspedes. Contra todo pronóstico, Epulu tiene una pequeña pista de aterrizaje y llegan avionetas desde la ciudad de Bunia. La otra opción es volar a Kinsangani y remontar por carretera un duro camino lleno de sorpresas. En Epulu se pueden hacer recorridos por la selva para avistar fauna, aunque hay que advertir que los okapis no son sencillos, y participar con los mbutu en su tradicional cacería de hilóqueros, una especie de jabalí gigante. De diciembre a febrero las lluvias son menos intensas.
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