Grabados ibéricos
Los grabados no saben nadar. Este eslogan, tan sencillo como directo, fue el utilizado por la plataforma que apoyó la salvación de cientos de petroglifos del valle portugués del Côa. El destino había querido que coincidieran en tiempo y espacio dos hechos incompatibles: el descubrimiento de varios sitios de arte rupestre y la construcción de una presa. Varios nombres propios fueron clave en esta lucha entre patrimonio y progreso. De un lado, la empresa energética, que buscó argumentos de todo tipo para no paralizar la obra. Del otro, el arqueólogo que descubrió los petroglifos, Nelson Rabanda, y sus colegas: el argelino Mounir Bouchenaki y el francés Jean Clottes. Juntos construyeron el caso para defender la relevancia de los petroglifos y recordar el desastre que se había producido previamente con la cercana presa de Pocinho. El cambio de gobierno de 1995 fue clave para el arte del Côa, cuyos grabados quedaron legalmente protegidos. Junto a Siega Verde conforman un conjunto inigualable de petroglifos en la península ibérica. Son más de 5.000 y cubren más de 20.000 años de desarrollo.
El río Côa es un afluente izquierdo del Duero, al que se une nada más pasar la frontera entre Portugal y España. Sus últimos 17 kilómetros parten de la zona de Faia Brava, una Reserva que protege varias rapaces. Aquí, el río serpentea entre pequeñas colinas de matorral, olivares y viñedos, pero no es lo más especial en sus orillas. Ese honor lo tienen sus rocas, que funcionaron como lienzos en ambas orillas. Son el corazón del arte prehistórico del valle del Côa, que no es el único río implicado. Esta región fue habitada desde hace unos 90.000 años, pero es a partir de hace 24.000, en el Alto Paleolítico, cuando la actividad se incrementa. Distintos grupos de cazadores-recolectores acuden estacionalmente. Se instalan en las orillas del río para trabajar la caza obtenida. Cientos de herramientas lo atestiguan y los petroglifos lo confirman. Son la representación de su sistema económico y organización social. Esta actividad finalizó aproximadamente hace 10.000 años. Tras un periodo de desocupación, el Côa recupera actividad con grupos de agricultores.
Dentro de la península ibérica, la zona del Côa se encuadra temporalmente entre el arte de la cornisa cantábrica y la cuenca mediterránea. La densidad de los petroglifos del Côa supera a cualquier otro lugar de la Europa prehistórica, siendo además muy poco común que estén a cielo abierto y no en cuevas. Sus 200 paneles de petroglifos sobre granito o esquisto están trabajados con distintas técnicas para delinear, colorear o acentuar las figuras. Algo de pintura ocre se ha encontrado, pero muy poca. Están distribuidos en varios grupos, pero los motivos coinciden. Aunque hay algunos geométricos, lo que dominan son los temas zoomórficos: bóvidos, equinos, cérvidos, peces, etc. Son animales presentes entonces y objeto de caza. El estilo es muy similar, con algunas figuras intentando mostrar movimiento. La gran dificultad en la datación de los petroglifos, principal objeto de debate en los 90, tiene que ver con la presencia de grabados posteriores, incluso modernos, superponiéndose a los paleolíticos.
Siega Verde se encuentra en el río Águeda, otro afluente del Duero, pero antes de pasar la frontera. La datación es similar a la de Côa, pero con su pico de actividad hace unos 15.000 años. No obstante, la relevancia de Siega Verde es que cubre un periodo de menor actividad en el valle portugués. Quizás tomó el testigo en la actividad económica y por tanto en lo artístico, porque tanto los motivos como las técnicas utilizadas son muy similares. No obstante, hay algún protagonista especial como el rinoceronte lanudo, extinto hace mucho tiempo. La diferencia es la cantidad: unos 5.000 en Côa por solo 500 de Siega Verde. Estos fueron descubiertos un poco antes, en 1988, por los arqueólogos Manuel Santoja y Rosario Pérez.
El valle del Côa se sitúa en una zona poco poblada entre dos regiones relevantes del Duero: la natural de los Arribes, frontera entre ambos países, y el paisaje cultural del Alto Duero. La única forma sencilla de llegar a Vila Nova de Foz Côa, pueblo que centraliza el turismo arqueológico, es en coche. A las afueras se encuentra el museo del lugar. Hay distintas excursiones que combinan 4×4 con un poco de senderismo, todas obligatoriamente guiadas. Dependiendo de la hora deseada, incluso por la noche, conviene hacer una u otra. Hacerlas todas implicará un par de días. Cada una se paga por su cuenta y tiene un punto de salida diferente. Es recomendable reservar previamente, como en Siega Verde. El pueblo de referencia aquí es Castillo de Martín Viejo, también bastante pequeño. Las visitas son igualmente guiadas, pero sin 4×4. En ambos lugares es recomendable evitar el verano por el calor y la falta de sombras.
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