Mitos del Sáhara
Hay un cartel en Zagora, al sur de Marruecos, que reza: “52 días a Tombuctú”. Señala hacia el Sáhara, porque ese era el camino más corto para llegar a esta mítica ciudad. Tombuctú está unos quince kilómetros por encima del Níger, cuando el desierto empieza a cubrirlo todo. Estamos en una puerta del desierto: desde aquí salían en tiempos medievales caravanas formadas por miles de camellos y guiadas por expertos bereberes que conocían los caminos y, sobre todo, los oasis. Las mercancías que hacían que mereciera la pena exponerse a los peligros del desierto estaban a la altura: sal, oro, marfil y esclavos. La era de las caravanas trajo a Tombuctú una época dorada que se tradujo en conocimiento. La ciudad se llenó de ulemas, eruditos del Islam que se repartían en las madrazas de barro. Recibían a viajeros tan importantes como León el Africano, cuyas andanzas crearon en Europa el mito de Tombuctú. Este halo de misterio y lejanía, que aún pervive, no se corresponde con la actual ciudad. Tombuctú vive tiempos difíciles y conflictivos. Sus habitantes siguen siendo fieles a su legado, defendiendo un patrimonio que ha pasado sus peores momentos.
El misterio de Tombuctú parte de su nombre, con cuatro orígenes propuestos. No hay consenso sobre el correcto, pero sí sobre la fecha en la que un asentamiento temporal se convierte en permanente. Fue sobre el siglo XI-XII cuando Tombuctú tomó el testigo de una ciudad situada unos nueve kilómetros al sureste. Su primer viajero con caché fue Ibn Battuta en 1353, cuando Tombuctú tenía un papel menor en el imperio de Mali. El comercio empezó a atraer eruditos desde ciudades como Walata. En medio del ascenso imparable de Tombuctú, la ciudad cambia de manos a finales del XV: de Mali al impero Shongai. Es el periodo de oro de Tombuctú, que se convierte en centro de islamización regional y biblioteca de valiosísimos manuscritos. 25.000 estudiantes se reparten entre sus tres madrazas: Djinguereber, Sidi Yahya y especialmente Sankoré. Juntas conforman la conocida como Universidad de Tombuctú, aunque los parecidos con las universidades europeas son limitados: la religión juega un papel fundamental y la organización es muy diferente.
A finales del siglo XVI, la dinastía Askia, regente de la ciudad, decae y empieza cierto declive. Mercenarios enviados por Marruecos, los Arma, conquistan la ciudad en 1591 arrestando al más importante erudito de la ciudad: Ahmad Baba. Tombuctú es víctima de las nuevas rutas comerciales marítimas y no remonta el vuelo. Paulatinamente va quedando relegada y es invadida por distintos grupos tuareg. Paradójicamente, se construye entonces en Europa el mito gracias a los relatos. Hasta se pagan premios para el primer europeo que encuentre la ciudad, ganándolo René Caillié en 1826. Poco tiempo después, Francia domina la zona hasta la descolonización de 1960. A estas alturas, el canal que unía Tombuctú con el río Níger ya se estaba cerrando por culpa de la arena. Esto agravó las repetidas sequías y reducidas crecidas del Níger. Sin agua no hay ganadería: Tombuctú entra en su peor época, rematada por continuos ataques yihadistas que dañan un patrimonio ya golpeado por la acción erosiva de la arena.
Las tres madrazas tienen su correspondiente mezquita, todas con el mismo estilo basado en materiales orgánicos como el barro y la paja, característico de sitios como la Gran Mezquita de Djenné. Hay estructuras, como el minarete Djinguereber, que en realidad son caliza recubierta de adobe. El aspecto actual corresponde a la reforma de Qadi Al Aqib del siglo XVI, aunque Sidi Yahya, la más pequeña, tuvo otro cambio de aspecto en el XX. Sankoré es la madraza más importante, pero la mezquita de Djinguereber impresiona tanto o más con su capacidad para 2.000 personas. Entre mezquitas y otros muchos lugares se calcula que hay unos 700.000 manuscritos. Han resistido todo tipo de calamidades, pero es vital que se unifiquen para protegerlos. Peor suerte corrieron siete de los 16 mausoleos, actualmente en reparación.
Los 55.000 habitantes de Tombuctú reciben poco turismo por los ataques de los últimos años. Hasta el Festival au Désert de enero, centrado en la música tuareg, ha tenido que suspenderse varias veces. Antes de viajar hay que informarse bien de la situación, que día a día mejora gracias al apoyo francés. Se puede llegar por aire, tierra e incluso por agua cuando el Níger lo permite. Las tres mezquitas están separadas pocos metros. Mientras paseamos entre ellas podremos ver placas recordando a ilustres visitantes. Una de las casas, la de Heinrich Barth, se convirtió en museo. En Tombuctú es típico comprar sal, el producto de las caravanas más accesible. La cocina de la ciudad tiene influencias marroquíes y es de las más apreciadas de Mali, con las especias como principales protagonistas.
Fotos: Senani P / David Lantner
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