El puente
Hay momentos históricos cuya relevancia se exagera para simplificar determinados procesos, pero la caída de Constantinopla no es uno. Es cierto que en 1453 el imperio bizantino llevaba años tambaleándose y la propia Bizancio era un conjunto de villas protegidas tras las murallas de Teodosio, pero finiquitar al único estado colchón frente al imperio otomano puso a Europa a las puertas del Islam. Las Cruzadas, de hecho, habían sido una reacción frente a este avance. Su derrota marcó el final del último imperio denominado romano y la confirmación de la nueva potencia, los otomanos. También el final de una etapa en arquitectura militar con la rendición del sistema de murallas de la ciudad, un perímetro de veinte kilómetros no preparados para cañonazos. Desde 1453, la ciudad conocida como Constantinopla o Bizancio se transformó en Estambul. La arquitectura también cambió y el mejor ejemplo fue Santa Sofía. El edificio más relevante de toda la Baja Edad Media fue perdonado e inició una nueva etapa a la que se sumaron iconos otomanos como las mezquitas Azul y Süleymaniye y el palacio Topkapi.
Estamos ante una de las ciudades más influyentes del viejo mundo, puente simbólico y físico entre Europa y Asia. Estambul es el último nombre de una lista iniciada con Lygos, ciudad de origen tracio. Bizancio hunde sus raíces en la etapa griega, cuando la ciudad vive a la sombra de Troya, que controla el tráfico por los estrechos de Dardanelos y Bósforo. Los sedimentos alejaron a Troya del mar y Bizancio atrajo a Constantino el Grande para dirigir el comercio. Es el siglo IV y nace Constantinopla tras el fin de la Tetrarquía y su nombramiento como capital del imperio romano de Oriente. De esta era data el hipódromo, antiguo circo romano con un obelisco egipcio y la columna serpentina griega. Han sobrevivido infraestructuras romanas como las imponentes murallas de Teodosio, el acueducto de Valente o la Cisterna Basílica, una de las sesenta construidas para resistir asedios. Son 336 columnas de mármol, algunas con elaboradas medusas en la base.
En realidad, la Cisterna pertenece al siglo VI, en pleno siglo de oro del imperio bizantino gracias a Justiniano I, que extendió los límites del imperio devolviendo gloria de tiempos romanos. El declive de Occidente y la posición como puente comercial habían sembrado el terreno. Es la época de Santa Sofía, construida en el 537. Su enorme cúpula la convirtió en el mayor templo del mundo varios siglos. Convertida luego en mezquita, cuando perdió todo el arte de su interior salvo los mosaicos, en las últimas décadas su estatus es motivo de discusión. Anteriormente fue la referencia del mundo ortodoxo, lo que le valió la excomunión papal en 1054 en medio de un cisma cristiano suavizado con la llamada de auxilio de los bizantinos ante el empuje selyúcida. Fue el inicio de las Cruzadas que paradójicamente conllevó aquí un gobierno católico en el siglo XIII. Cuando los bizantinos regresaron, el declive fue imparable. De esta época se conservan otras iglesias como la de Chora, con fantásticos frescos y mosaicos del renacimiento Paleólogo del siglo XIV.
Mehmed II fue el otomano que conquistó Bizancio y la refundó como Estambul, repoblándola y reconstruyéndola rápidamente. Para lo primero contó con ortodoxos de distintos lugares a los que admitió en la nueva Estambul, aunque para despejar dudas fijó aquí su capital. Lo remarcó construyendo el palacio Topkapi, con cientos de habitaciones, cuatro patios principales y uno de los harenes musulmanes más famosos. También de la época es el Gran Bazar, uno de los más antiguos y grandes del mundo. Estambul recuperó así su relevancia política y comercial reforzadas poco después con Suleimán el Magnífico. Su arquitecto Sinán dejó obras como la mezquita Süleymaniye y un alumno suyo la Azul, que junto a Santa Sofía domina el centro de Sultanahmed. Estambul fue occidentalizándose hasta que tras la I Guerra Mundial llegaron drásticos cambios con la caída otomana: ocupación extranjera, expulsión de ortodoxos y mudanza política a Ankara con la moderna Turquía.
Pese a ello, Estambul cuenta con unos quince millones de habitantes expandidos al otro lado del Bósforo y más de diez millones de turistas anuales. Unos cuatro días son lo mínimo para ver la ciudad, que por su tamaño nos obligará a usar transporte público más allá del centro. Al menos hay que atravesar el Cuerno de Oro para ver Gálata, barrio moderno vertebrado por Istiklal. Desde la torre homónima tendremos buenas vistas. Esta es lo que queda de las fortificaciones genovesas, pues Gálata fue mucho tiempo un puesto comercial genovés. Merecen la pena los barrios de Ortaköy, en este lado, Fener, antiguo barrio griego, y Eyüp, al final del Cuerno de Oro. Actividades muy habituales son visitar el museo arqueológico con el fantástico sarcófago de Alejandro, hacer un crucero, visitar un hammam, comer un bocadillo de pescado en Eminönü o kebab y por supuesto ir de compras al Gran Bazar.
Fotos: Guillén Pérez / Dean Strelau
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