Desciframiento en equipo
A comienzos de nuestra era, la humanidad perdió el conocimiento de la escritura cuneiforme. Con ello, la historia de imperios tan extraordinarios como el persa aqueménida entró en un mundo de tinieblas. Miles de tablillas y relieves pasaron a ser solo montones de símbolos ajenos. Una de esas inscripciones se encontraba al oeste del actual Irán, en el monte Behistún o Bisotun, tallada sobre una pared vertical de caliza. Aparentemente escrita en tres idiomas extraños, el británico Sir Henry Rawlinson y un joven local se colgaron a cien metros de altura en los años 30 del siglo XIX para acceder a la inscripción. Copiaron los textos y, apoyándose en el trabajo previo de colegas, desvelaron el misterio de Bisotun. Los tres idiomas resultaron ser persa antiguo, babilonio y elemita. Abrieron conjuntamente la puerta al descifrado de miles de textos que recuperaron un buen trozo de nuestra historia, como había hecho la piedra Rosetta unos años antes. Para empezar, Bisotun nos contó la historia de uno de los más grandes emperadores jamás habidos: Darío el Grande.
Su historia ya la conocíamos en parte gracias a Herodoto, pero Bisotun completó nuestro conocimiento. Darío fue el responsable de llevar al imperio aqueménida al máximo de su extensión: desde Libia y los Balcanes hasta el valle del Indo. Ascendió al trono en el año 522 a.C. apoyado por familias persas nobles. No lo hizo sin oposición, ni toda la legitimidad, pues derrotó a un supuesto usurpador del trono llamado Gaumata, que Herodoto creía el heredero natural. La primera etapa de Darío consistió pues en atemperar los ánimos de su imperio. Tras ello quiso resolver la llamada revuelta jónica, que protestaba la excesiva influencia persa en la región, invadiendo la Grecia continental. En uno de los mayores puntos de inflexión de la historia fue derrotado en la Batalla de Maratón. Eso sí, en esa expedición aumentó sus territorios y preparó el camino para un nuevo intento que protagonizó su hijo Jerjes. Darío dividió su imperio en unidades gobernadas por sátrapas, pero lo unificó con un idioma y moneda comunes antes de morir en el 486 a.C.
Tras la caída del imperio aqueménida, la inscripción no fue totalmente olvidada, pero sí su significado. Distintos pueblos le intentaron dar un significado acorde a sus preconcepciones. Por ejemplo el británico Robert Sherley, que creyó ver imágenes cristianas. El explorador alemán Carsten Niebuhr fue el primero en copiar los símbolos a finales del XVIII, algo que sirvió al filólogo Georg Friedrich Grotefend para descifrar diez símbolos. La investigación la heredó Rawlinson en la misma línea: todos se habían centrado en el fragmento en persa antiguo, por su continuidad con el persa moderno. La estrategia se reveló exitosa, pues Rawlinson identificó al comienzo del texto una lista de reyes repetida en un texto de Herodoto. Con el persa desvelado, Rawlinson copió las otras dos partes, en un lugar más inaccesible del precipicio. Una vez copiados y enviados a varios colegas, el trabajo en equipo funcionó rápidamente.
La inscripción en el acantilado de caliza mide quince metros de altura por 25 de ancho. Se supone que se inscribió aquí cuando esta zona era camino habitual entre las ciudades de Babilonia y Ecbatana, en algún momento del gobierno de Darío. Entre todos los idiomas hay más de mil líneas distribuidas en varias columnas. Algunas de estas líneas han sido dañadas a lo largo de la historia por la erosión de la lluvia, lo que complicó el desciframiento. Junto al texto hay un fantástico relieve que muestra a Darío con un arco, un símbolo de poder. Está pateando a un enemigo, quizá Gaumata, rodeado de un grupo de sirvientes y otro grupo de enemigos presos. El símbolo de Faravahar, de la religión zoroastriana, sobrevuela la escena. Alrededor de este relieve hay otros 18 monumentos históricos de origen parto, medo, seleúcida, ilkanato, sasánida y safávida. Podemos ver desde estatuas y relieves hasta ciudades enteras.
La gran urbe de Kermanshah, con casi un millón de habitantes, es la puerta de entrada a la zona protegida de Bisotun, justo al norte de aquí. Para llegar a Kermanshah tenemos un camino de 525 kilómetros desde Teherán que nos podemos ahorrar vía aérea. El sitio histórico incluye la visita a esos otros monumentos, como la estatua seleúcida de Hércules. La inscripción se alcanza con una escalera. Aparentemente, por razones de seguridad el acceso está cerrado, pero es mejor informarse antes de viajar. Si nuestras dotes negociadoras son buenas, parece que es posible convencer al personal de seguridad de que nos dejen acceder. Otros relieves de interés por la zona son los sasánidas de Taq Bostan, a cinco kilómetros de Kermanshah.
Fotos: KendallKDown / Hara1603
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