Archipiélago en evolución
En 1835, Charles Darwin atracó en las islas Galápagos para cambiar la historia de la ciencia. Fue una estancia clave de la fantástica expedición Beagle que sentó las bases de la Teoría de la Evolución, publicada en 1858. Darwin rompió los esquemas de buena parte de la ideología occidental, aunque no fue el primero en hablar de este concepto. Descartadas las teorías de Lamarck, la ciencia se debatía entre la tradición esencialista y la nueva teoría evolutiva apoyada por la paleontología. La clave de Darwin fue explicar el proceso de la selección natural, que luego se concretaría con la genética. Tras una conversación con el gobernador de las Galápagos, Nicholas Lawson, Darwin meditó que algunas pequeñas aves, los sinsontes, y las tortugas diferían de isla en isla pese a los obvios parecidos de cada subespecie. Este hecho “socavaba la estabilidad de las especies” y abría la puerta a la evolución. En realidad, Darwin era geólogo de formación. Su parada en las Galápagos respondía a la espectacular geografía de estas apasionantes islas.
Las Galápagos son producto de una pluma mantélica, una estrecha columna conectada con el manto que produce actividad volcánica desde hace al menos veinte millones de años. La producción de islas es más reciente. Entre las emergidas, Española es la más antigua, con unos tres millones y medio de años, pero la mayoría no llegan al millón. Al estar en una zona de subducción, las islas están estáticas y la renovación se debe a nuevas oleadas de vulcanismo contrarrestadas con la erosión. Este vulcanismo es una constante. Viene siempre acompañado por una inusual elevación del terreno y está caracterizada por conos pequeños, pero cráteres grandes. Los casi 8.000 kilómetros cuadrados repartidos en 21 islas están atravesados por el ecuador, pero el clima no es tropical. La corriente de Humboldt trae aguas frías y dos estaciones: la cálida y la fría garúa cargada de nieblas y lluvias. Estas son muy variables entre islas, determinando el ecosistema de cada una. Isabela es con mucho la más grande y tiene el punto más alto en el volcán Wolf a 1.707 metros. Pero todo es efímero en las Galápagos.
El archipiélago se encuentra en la confluencia de corrientes marinas, pero a mil kilómetros del continente. Las especies que llegaron aquí fueron todo menos mamíferos terrestres, con la honrosa excepción de dos roedores. Sin grandes depredadores, la fauna progresó con las justas adaptaciones generando distintos endemismos. De las 178 especies de aves, 56 son endémicas. Destacan los sinsontes de Darwin, el cormorán manco, único incapaz de volar, y el pingüino de las Galápagos. Estos forman parte de la excepcional fauna marina, con ballenas y delfines como habituales. En Galápagos brillan los reptiles, con unas cuarenta especies endémicas. Sobre todas reina la única tortuga gigante del mundo junto a la de Aldabra. También se encuentra la única iguana marina existente, acompañada de otras versiones terrestres y varias lagartijas de lava. El alto endemismo en islas tan jóvenes se explica por la radiación adaptativa, cambios muy rápidos debido a modificaciones repentinas en las condiciones. El microendemismo implica que muchas especies estén en peligro de extinción.
Otra clave del laboratorio biológico que son las Galápagos es su virginal estado. Antes de la colonización fue visitada por pueblos prehispánicos, pero no formaron asentamientos por la falta de agua. Seguramente fueron arrastrados por las corrientes, como le pasó a Tomás de Berlanga en 1535, primer occidental en avistarlas. Las Galápagos tuvieron dos siglos más de asueto hasta que llegó la caza de tortugas, focas y ballenas. En 1832, Ecuador reclamó las islas, que usó como colonia de presos. Con la llegada definitiva de colonos en el siglo XX y los usos militares llegó el momento de gestionar la conservación activa, confirmada en 1959 con el nombramiento de Parque Nacional. El mayor mal estaba hecho. La introducción de especies exóticas es de lejos el principal problema, estando sobrepesca y turismo por detrás.
Este turismo es una preocupación desde los años 70, así que al viajar aquí hay que ser excepcionalmente escrupuloso con las normas. No existe cupo de visitantes, pero la escasez de vuelos limita implícitamente la demanda. Baltra y San Cristóbal son las islas con enlace con Ecuador. Cuatro son las habitadas, con Puerto Ayora como principal ciudad y sede de la principal estación de la fundación Charles Darwin. La manera más práctica de visitar las islas es haciendo un costoso crucero en pequeños barcos que nos llevarán por varias islas. En los itinerarios se tienen en cuenta los distintos ecosistemas. Con un programa de ocho días apreciaremos la variedad del lugar. Es muy importante reservar con mucha antelación para poder elegir el que más se adapte a nosotros. Suelen tener dos excursiones al día y muchos alternan paseos interpretativos y actividades marinas. Hay que evitar la garúa y venir de diciembre a enero.
Fotos: Pedro Szekely / Pedro Szekely
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