Balneario de travertino
La relación de los romanos con el agua requiere poca aclaración cuando comprobamos la ingente cantidad de termas públicas y privadas sumando todas sus ciudades. Tenían un alto componente social, pero también consideraban el baño como símbolo de salud. En todo el imperio hubo ciudades especializadas que hoy denominaríamos ciudades spa, como Bath en Inglaterra o Hierápolis en Turquía. Aprovechaban aguas termales naturales a las que asignaban propiedades curativas de todo tipo, parecido a como hacemos hoy. En el caso de Hierápolis, el agua ha formado además el deslumbrante paisaje de Pamukkale, término moderno traducible como castillo de algodón. Terrazas de travertino con petrificadas cascadas blancas atrajeron a los romanos especialmente en el siglo III, cuando Hierápolis conoció su auge con 100.000 habitantes enriquecidos con el agua saturada de carbonato cálcico. Esta unión de travertino y ruinas romanas se resume en imágenes tan insólitas como una tumba monumental abrazada totalmente por el travertino.
El fenómeno de las terrazas de travertino de Pamukkale no se diferencia mucho de lo que ocurre en otros lugares del mundo como Huanglong o Plitvice. La principal diferencia estética es que aquí no hay un río con cascadas consecutivas, sino un amplio barranco de tres kilómetros de longitud y unos 160 metros de altura por el que caen las cascadas formando pequeñas piscinas de agua con carbonato cálcico. Geológicamente, el proceso se inició hace 400.000 años, pero sigue siendo objeto de estudio por su originalidad. La meseta de Pamukkale tiene por debajo un lecho de carbonato que gracias a varias grietas y la actividad de las fuentes termales ha formado una red en forma de anastomosis, esto es, como un capilar. El agua fluye a más de 35°C por las grietas arrancando el carbonato hasta llegar al barranco, por donde cae. Pese a su antigüedad, Pamukkale es muy sensible. De forma regular sufre terremotos que varían los canales y la acción del hombre también puede ser fatal. En el pasado, el agua fue drenada por varios hoteles ya clausurados, pero incluso un inocente baño puede cambiar la composición del agua y formación del travertino.
Pamukkale está ligada a Hierápolis, la ciudad romana que descansa sobre la meseta por la que caen las cascadas. Decimos romana porque dos fuertes terremotos en el siglo I eliminaron casi todo rastro de las ciudades antiguas, de origen helenístico. La reconstrucción del siglo II tuvo continuidad en el III formando el cénit de Hierápolis, ciudad balneario. Las termas fueron transformadas en basílica cristiana en tiempos bizantinos, un simbólico giro para Hierápolis, que no rebajó su relevancia. En el siglo XII, la ciudad estaba controlada por los selyúcidas. Tras una era conflictiva, en 1354 un terremoto derruyó la ciudad entera, que fue abandonada definitivamente. El alemán Carl Humann, que llevara el altar de Pérgamo a Berlín, hizo las primeras excavaciones en 1887. Los trabajos arqueológicos más especializados tuvieron que esperar a 1957 de la mano del italiano Paolo Verzone. Su trabajo fue continuado con varias restauraciones al tiempo que Pamukkale empezaba a atraer turistas.
Hierápolis conserva de tiempos helenísticos su diseño rectilíneo, con una calle columnada que camina en paralelo al barranco de travertino. De unos 1.500 metros, tenía una entrada monumental a cada extremo. Fuera de las murallas, al norte queda la monumental puerta Frontinus y la rica y extensa necrópolis de unas 1.200 tumbas. Las hay monumentales, pero destacan las hundidas en el travertino blanco. En el centro se unen monumentos como la fuente Nymphaeum, la cámara de gas para rituales Plutonium y el templo de Apolo. Lo más deslumbrante es el teatro, construido seguramente en el siglo II. Aunque colapsó, su reconstrucción lo convierte en uno de los mejor conservados entre los de su tamaño: 15.000 espectadores. Su monumental escenario de noventa metros estaba dividido en tres pisos y aún se conservan detalles. De época bizantina sobreviven algunos elementos como la iglesia de diseño martyrium del siglo V, dedicada al apóstol Felipe.
La ciudad de Denizli tiene aeropuerto y está al lado de Pamukkale, pero no es muy turística y casi todo el mundo llega en ruta. La visita suele comenzar por la entrada norte de Hierápolis, donde podremos ir viendo imágenes del barranco de travertino. La visita a Hierápolis nos llevará unas dos horas y podemos acabar con el museo, donde se recogen piezas no solo de la ciudad. Luego es recomendable acceder a las terrazas de travertino siguiendo las cada vez más escrupulosas reglas, como ir descalzo. Actualmente solo se permite meter los pies en algunas terrazas del extremo sur. Es también buena idea llevar gafas de sol por el deslumbrante blanco. Si queremos bañarnos, la opción es la piscina de Cleopatra, decorada con restos romanos. Una actividad más atrevida que nos proporciona una vista diferente es el parapente sobre Pamukkale.
Fotos: Guillén Pérez / Carole Raddato
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