La vida moderna
En 1897, un grupo de artistas austriacos fundó la conocida como Secesión de Viena, movimiento artístico enfocado en romper con los esquemas clasicistas. En muchos aspectos, por su coincidencia temporal, se emparentó con el Art Nouveau. Tan solo dos años después, uno de sus miembros fundadores, responsable del edificio más icónico del grupo, fue llamado por Ernesto Luis, gran duque de Hesse, para liderar un ambicioso proyecto artístico en la ciudad de Darmstadt. Demasiado tentador para Joseph Maria Olbrich, que hizo las maletas y no volvió a trabajar en Austria. Este arquitecto, fallecido muy joven por leucemia, tuvo una profunda influencia en el arte debido a sus conexiones iniciales y el trabajo que desarrolló en Darmstadt. Suyas son varias de las obras que permanecieron por siempre tras las cuatro exposiciones que se celebraron a comienzos del siglo XX en la Mathildenhöhe de Darmstadt. Auspiciadas por Ernesto Luis, destronado tras la I Guerra Mundial, suponen un acercamiento a los nuevos conceptos de vivienda que trajo consigo el primero de los movimientos arquitectónicos modernos.
En 1567 nació el landgraviato de Hesse-Darmstadt. Es el momento en que Darmstad, fundada en la Edad Media, comienza a despuntar como capital. Esta entidad política mutó a gran ducado, cargo oficial de Ernesto Luis cuando decidió fundar la colonia Mathildenhöhe. Este mecenas proclamó que quería que sus tierras florecieran y en ellas lo hiciera el arte. En 1899, esta pretensión tomó forma en una suave colina que desde comienzos del siglo XIX se había ido transformando en parque público al que se incorporaron pabellones, arboledas, un estanque y finalmente la capilla rusa, homenaje a la unión dinástica de una hermana de Ernesto Luis. El gran duque puso a Olbrich al frente del proyecto que unió en el mismo espacio a varios artistas del Jugendstil, versión alemana del Art Nouveau. El objetivo principal era mostrar al mundo las posibilidades que la nueva arquitectura podía aportar al mundo en materia de vivienda. Para ello se comisionó una primera exposición en 1901.
El resultado de esta fue agridulce. Aunque atrajo interés fuera de la ciudad, el resultado financiero fue negativo y la desbandada de artistas pronunciada. Olbrich se mantuvo al frente para la segunda expo de 1904, que con una factura más modesta apostó por las estructuras temporales, aunque también se levantó el grupo conocido como las Tres Casas. La tercera expo, cuatro años después, tuvo un enfoque más regional y social, pues se construyeron varios ejemplos de viviendas limitadas en costes orientadas a clases menos pudientes. Esta fue también la exposición en la que se levantaron el edificio principal de Exposiciones y la Torre de la Boda, dos los edificios más icónicos de Mathildenhöhe. La temprana muerte de Olbrich retrasó la última expo hasta 1914. Dirigida por su sustituto Albin Müller, se volvieron a tocar temas residenciales distinguiendo según clase social. Además se dio un lavado de cara a las zonas ajardinadas con nuevos añadidos. Tras la I Guerra Mundial, con Ernesto Luis relegado de su cargo, la Mathildenhöhe de Darmstadt pasó a un segundo plano.
No obstante, el centro de Exposiciones continuó sus actividades y las viviendas diseñadas para cada edición fueron habitadas. La II Guerra Mundial dejó muchas secuelas en Darmstad y su Mathildenhöhe, solo parcialmente reconstruida. Su principal legado, con todo, fue el acercamiento que tuvo a una concepción total de las artes aplicadas, pues cada exposición no solo se ocupaba de la arquitectura, sino de toda la decoración interior. Con un estilo diferente, es algo que luego la Bauhaus explotaría. El centro neurálgico de la Mathildenhöhe se encuentra en la postal formada por el edificio de Exposiciones, su torre de la Boda anexa y el paisajismo que hay frente a ambos que incluye una arboleda y un estanque. Al sur de este conjunto se encuentran las principales viviendas, las construidas por los artistas para la primera edición incluyendo la de Ernesto Luis, Wilhelm Deiter, Peter Behrens o Julius Glückert.
Darmstadt es hoy una sencilla ciudad de provincias al lado de Fráncoft. El recorrido en tren es de cuarto de hora, aunque luego tendremos un paseo hasta el centro y la Mathildenhöhe, ligeramente al este. Si la II Guerra Mundial dañó esta zona, el centro quedó destruido, por lo que lo actual es una reconstrucción parcial. En todo caso, merece la pena un paseo alrededor de la plaza Luisenplatz con su icónica estatua Langer Ludwig. Desde aquí son unos veinte minutos andando hasta el corazón de Mathildenhöhe, donde el Centro de Exposiciones es el sitio a visitar, pues aloja el museo de la colonia de artistas. Conviene reservar para evitar colas. Tras el museo podemos dar un paseo en los alrededores para visitar la capilla rusa y las distintas viviendas. Existen tours guiados en inglés. Algunas de las viviendas son visitables, pero bajo reserva previa.
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