Pequeños colonos
Cuando pensamos en la era colonial moderna solemos imaginar grandes estados y sus territorios ultramar, pero en ella participaron muchos agentes. Uno muy modesto fue el ducado de Curlandia y Semigalia, un pequeño territorio de la costa letona que tuvo colonias en Gambia y Tobago. Históricamente, esta región había sido convertida en el siglo XIII por la orden germánica de los hermanos livonios. Cuando en 1561 la orden fue desmantelada, el territorio pasó a manos del gran ducado de Lituania, pero los livonios se guardaron una carta. El último maestro de la orden, Gotthard Kettler, se convirtió en el primer duque de Curlandia y Semigalia, entidad política que gozó de mucha autonomía. Tampoco lo tuvieron fácil los siguientes Kettler, porque los grandes estados alrededor se lo querían adjudicar. Ganó Rusia, que a finales del siglo XVIII hizo valer una influencia que llevaba trabajando décadas. Aunque no fuera su capital, una de las principales ciudades del ducado fue Kuldīga. En esa época pasó de ser un modesto asentamiento rural a gozar de un rediseño urbano que conserva.
Los orígenes de Kuldīga son livonios. La orden construyó aquí un primer castillo en el siglo XIII que sentaría las bases del pequeño asentamiento que nació a sus pies. Lo hizo en la confluencia de los ríos Alekšupīte y Venta, justo después de una ancha catarata del segundo, factor que sería decisivo para su incorporación a la liga hanseática pese a su modesto tamaño. La ciudad, de carácter germánico, empezó a crecer gracias al comercio. Entonces conocida como Goldigen, la fundación del ducado la impulsó cuando Gotthard Kettler estableció aquí una de sus principales residencias. Esto añadió una nueva zona urbana a sumar al barrio del castillo y de la plaza del mercado: alrededor de la iglesia luterana de Santa Catalina creció un distrito cívico. Poco después, el ducado se partió temporalmente en dos y la zona de Curlandia, en manos de Wilhelm Kettler, situó su capital en Kuldīga, condición que perdió con la reunificación. No supuso crisis alguna, pues el cénit del ducado durante el siglo XVII fue un acicate económico que impulsó la ciudad y permitió rediseñar el centro tras un grave incendio.
En el siglo XVIII, Kuldīga volvió a crecer cuando mejoró su conexión terrestre con ciudades vecinas. La incorporación al imperio ruso restó mucha de su relevancia internacional y Kuldīga se detuvo en el tiempo. Sí modificó en esta era la arquitectura de muchas viviendas, pues la madera fue sustituida por la piedra para prevenir incendios. Este declive comercial se acentuó por la deficiente conexión por ferrocarril, aunque se reconstruyó el histórico puente sobre el río Venta que había llenado las arcas municipales a base de impuestos. Si a esto sumamos que salió prácticamente indemne de las grandes guerras del siglo XX, se entiende que Kuldīga se haya convertido en el mejor legado de la era moderna del antiguo ducado. Todo el desarrollismo comunista posterior se dio en el perímetro de la ciudad no afectando al centro histórico, que sigue vertebrado por el riachuelo Alekšupīte, a cuyos lados se agolpan las viviendas.
La ciudad nació a partir del castillo, a cuyo alrededor está el barrio medieval de Kalnamiests y exteriormente la zona urbana moderna desarrollada entre los siglos XVI y XVIII. El castillo fue saqueado repetidamente por suecos y rusos a comienzos del siglo XVIII, que no se recuperó y fue finalmente demolido a comienzos del siglo siguiente. Hoy es un parque municipal formando una loma a orillas del río Venta, aunque de su época se han reconstruido el viejo molino y una garita de guardia. El centro urbano se sitúa en la plaza del ayuntamiento viejo, encabezada por este edificio del siglo XVII, pero cerca de la cual podemos encontrar un edificio de madera de 1670 que representa la etapa de este material. Hacia el oeste discurre la calle peatonal de Liepājas, que alberga una muestra arquitectónica de los siglos XVII a XX. Entre la arquitectura religiosa destaca la histórica iglesia de Santa Catalina, originalmente del siglo XIII, pero que hoy luce un renovado barroco. Aunque el barrio judío fue bombardeado en la II Guerra Mundial, lo que fuera su sinagoga sobrevivió y fue reconvertida.
Aunque lo más romántico sería llegar a Kuldīga remontando el río Venta, lo más práctico es hacerlo por carretera, pues está a solo dos horas de Riga, por lo que puede ser perfectamente una excursión de día. Podemos entrar, eso sí, por su histórico puente de ladrillos. Además de pasear el centro podemos interesarnos por su industria textil y, si venimos en primavera, asistir a una demostración de pesca de salmón al vuelo cuando estos remontan la catarata del Venta. Muy cerca de la ciudad podemos completar la visita con las cuevas de arena de Riežupe. También atrae curiosos la ciudad fantasma soviética de Skrunda.
Fotos: Kuldīga Municipality / Dāvis Kļaviņš
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