A medio camino del convento
En el siglo XIII hubo en Europa una ola de recuperación de la imagen de Jesucristo con sus valores más píos: humildad, misericordia, generosidad con los más necesitados y devoción. El mejor ejemplo es el nacimiento de la orden mendicante de los franciscanos, en oposición frontal con las órdenes clásicas. Con esta orden tuvo relación otro movimiento que optó por una vía a medio camino entre lo eclesiástico y lo laico. Fueron las conocidas como beguinas, en su mayoría mujeres, pero con también un pequeño grupo de hombres llamados begardos. Las beguinas no tomaban los votos, ni entraban en clausura, ni se despegaban del mundo terrenal. Vivían de forma semi-monástica en unos recintos llamados béguinages cumpliendo, eso sí, varios preceptos. Ante todo no podían casarse mientras estaban en el béguinage, aunque eran libres de dejarlo en cualquier momento. Se dice que Marie de Oignies fue la primera beguina, pero no existe un origen claro. Se expandieron especialmente en los Países Bajos entre los siglos XIII y XVI. En la zona de Flandes han permanecido varios ejemplos de esta forma de vida con ciertos toques utópicos que inspiró distintos proyectos urbanos entre los siglos XVI y XX.
El origen de las beguinas puede retrasarse al siglo XII a partir de varios ejemplos de mujeres solteras dedicadas a la caridad. Que fueran mujeres las protagonistas de este movimiento sociológico ha sido estudiado. Parece que se unieron causas demográficas y económicas, un exceso de mujeres solteras bien colocadas socialmente. A lo largo de este siglo, la figura se normalizó y las beguinas empezaron a comprar casas cercanas entre sí para apoyarse. El salto a una estructura estable como el béguinage tardó poco. Estos no estaban adscritos a ninguna orden y eran libres de establecer sus normas, tanto de admisión como de convivencia. Las regulaba la Grande Dame, que también acogía temporalmente a las novicias. Inicialmente no eran mendicantes y trabajaban, pero esto fue cambiando. En el siglo XIV se unieron al misticismo y empezaron a levantar suspicacias. Varias fueron declaradas herejes. En el siglo XVI, las cosas empeoraron con la Reforma. Fueron eliminadas salvo en las zonas católicas, donde sobrevivieron hasta el siglo XX.
Aunque distintas corrientes se han inspirado en ellas, la última beguina oficial, Marcella Pattyn, murió en 2013. Con ella se cerró la tradición de los béguinages. Estos solían estar cerca del centro, aunque fuera de las murallas, y cerca de los ríos para facilitar el trabajo de los tejidos, su principal ocupación. Había dos tipos según el nivel económico, que solía marcar el ambiente más urbano o rural. Los más grandes eran conocidos como béguinages de corte. Solía haber al menos uno por cada gran ciudad y son los que hoy podemos localizar, aunque sea parcialmente. Estaban compuestos de patios rodeados de casas personales o comunales, más edificios auxiliares, enfermería y, por supuesto, una iglesia. Todo este complejo se protegía con murallas, puertas e incluso fosos. Los 26 béguinages belgas mejor conservados proceden de los siglos XVI-XVII. Los anteriores solían ser de madera entramada y no sobrevivieron a las guerras de religión. Luego se levantaron en piedra y ladrillo.
Muchos béguinages se levantaron en la primera mitad del XIII, como el de Malinas de 1207. Este fue derribado en el siglo XVI, como tantos otros. Si queremos respirar un béguinage medieval es buena idea acudir al de Mont-Saint-Amand donde a finales del siglo XIX, en plena ola romántica, se levantó un béguinage neogótico a imagen de los medievales. De origen auténticamente medieval quedan restos en algunas iglesias, como es el caso del Grand Béguinage de Lovaina, seguramente el más importante y el mejor restaurado. También representa los nuevos aires barrocos del siglo XVII. Otro destacable es el Ten Wijngaerde de Brujas, adquirido por monjas benedictinas en 1927 y bien conservado.
Hasta 22 ciudades repartidas en cinco provincias flamencas pueden presumir de tener algún vestigio de un béguinage del pasado. Las más de las veces son edificios sueltos integrados dentro de barrios periféricos, por lo que pasan desapercibidos. Si queremos disfrutar de verdad de un béguinage tendremos que acudir a uno de los dos nombrados: Brujas y Lovaina. El de Brujas es un tranquilo barrio al sur de la ciudad en el que hay una antigua vivienda dedicada a contar la historia de las beguinas. También se pueden comprar tejidos hechos por las monjas. Más impresionante es el de Lovaina, donde el béguinage conforma una auténtica ciudad de adoquines y ladrillos. A veinte minutos del centro, hoy todo el béguinage pertenece a la Universidad Católica de Lovaina, responsable de su restauración hace unas décadas. En ambas ciudades es recomendable un tour guiado para entender la historia detrás de cada rincón.
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