Paraíso japonés
El budismo Tierra Pura propone alcanzar un paraíso que recuerda mucho al concepto occidental, pero en vida, mediante la iluminación interior. Aunque tenga antecedentes previos, generalmente se suele señalar a la china Lushan como el lugar de nacimiento de esta rama, allá por el siglo V. Sobre el VIII penetró en Japón y el siglo siguiente se popularizó gracias al impulso que le proporcionó la escuela Tendai. Fue el germen de la expansión, que llegó luego. En el norte de Japón, el samurái Fujiwara no Kiyohira fundó su propia dinastía Fujiwara del norte que gobernó una parte del noreste de Honshu, principal isla japonesa. Fue un breve periodo del siglo XII y lo hicieron desde Hiraizumi, una de las ciudades de auge y caída más súbitas en la historia nacional. Los Fujiwara profesaron Tierra Pura en torno al monte Kinkeisan aplicando conceptos propios del paisaje ideal. Replicaron el paraíso mediante jardines y templos. Estos se han ido renovando por sucesivos incendios, algo habitual, pero parte de uno sobrevivió: Chūson-ji.
Estamos en la prefectura de Iwate, al noreste de Honshu. De norte a sur, el río Kitakami forma un amplio valle que vertebra esta región de corte montañoso y rural. Una de las montañas más simbólicas a orillas del Kitakami es Kinkeisan, aunque solo cuenta con unos cien metros de altura. Por las excavaciones arqueológicas, parece que la familia Fujiwara enterró aquí sutras, textos sagrados, formando montículos. Sería coherente con la consideración que tuvo bajo su dinastía, que localizó su capital justo al norte y dispuso sus principales templos y jardines de Tierra Pura en su entorno. Fujiwara no Kiyohira quiso desde el principio fundar su nuevo estado con el budismo en mente mediante elementos fundamentales como la armonía con la naturaleza. Combinó agua, colinas y edificios formando un paisaje en apariencia natural, pero muy planificado. La propia ciudad de Hiraizumi siguió estos preceptos con un diseño rectilíneo y un eje espiritual este-oeste de influencias tanto de Tierra Pura como de la capital principal de entonces, Kioto.
Pero duró un suspiro, pues Hiraizumi fue destruida en 1189 por el shogunato Kamakura acabando así con la corta dinastía Fujiwara. El material fundamental de la ciudad, la madera, fue presa fácil para las antorchas del shogunato. Afortunadamente sobrevivieron varios templos e incluso el shogunato tuvo el detalle, justo un siglo después, de ampliar Chūson-ji en honor de los derrotados Fujiwara. A finales del siglo XIV, sin embargo, otros incendios accidentales fueron acabando con los templos y edificios. Los dos supervivientes, ambos parte de Chūson-ji, siguen hoy en pie. El resto fueron reconstruyéndose gracias a las donaciones de señores feudales y peregrinos. Poco a poco creció la fama de Hiraizumi entre poetas y gobernantes, especialmente en la era Edo, pero también más recientemente. Se conservan trazas o reconstrucciones de cuatro jardines en los que se percibe su diseño con tres elementos en un eje: colina, un hall dedicado a Buda y un estanque a imitación del celestial de Tierra Pura.
Entre los jardines, el más apreciado por los historiadores es Muryôkô-in, que dos veces al año añadía al eje el sol. Sin embargo, este templo y jardín del XII no fue en su día restaurado y hoy solo hay restos arqueológicos bajo campos de arroz. Sí se reconstruyeron tanto Môtsû-ji como Kanjizaiô-in Ato. El primero antecede al propio clan Fujiwara, aunque fue reformado por ellos. Cayó en un fuego del XIII y fue restaurado creativamente, aunque el jardín es una fiel reproducción del Fujiwara. En un estanque de 190×60 metros con playas de guijarros hay varias penínsulas e islas artificiales. Un arroyo enlaza Môtsû-ji con el anexo Kanjizaiô-in, ideado por una esposa de los Fujiwara. Sufrió su misma suerte y también fue restaurado. En cuanto a Chūson-ji, fue fundado por un profesor de Tendai en el siglo IX. De sus edificios de madera destaca el templo dorado Konjiki-dō, un pequeño edificio que representa la arquitectura de Hiraizumi. En su interior se conservan tres altares y los restos momificados de los líderes Fujiwara.
La mejor manera de llegar a Hiraizumi es coger un tren bala hasta Ichinoseki y continuar en tren local hasta Hiraizumi. En total son unas tres horas y media desde Tokio. Para movernos podemos utilizar autobuses, bicicletas o simplemente andar. El monte Kinkeisan está entre las dos principales zonas: Môtsû-ji al sur y Chūson-ji al norte. En el segundo no hay que llevarse sorpresa al ver el templo dorado dentro de otro edificio y protegido por un cristal. Merecen la pena también Kanjizaiô-in, cuyo jardín es gratis, y Takkoku no Iwaya, un templo cueva muy turístico. Podemos completar la visita con el museo Yanaginogosho, que cubre la historia de Hiraizumi. En total podemos destinar un día completo. Para disfrutar de los jardines y zonas de cerezos, lo mejor es llegar en primavera.
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