Navigation Menu
Monumentos de Nubia, desde Abu Simbel hasta Philae

Monumentos de Nubia, desde Abu Simbel hasta Philae

Aswan (Egipto)

Las dos vidas del templo de Ramsés


Tras siglos y siglos de olvido, enterrado bajo toneladas de arena, los últimos 200 años de Abu Simbel no pueden haber sido más estresantes. Este fantástico templo egipcio esculpido en la montaña fue descubierto para Occidente en el siglo XIX. A mediados del XX se vio amenazado por la construcción de la gran presa de Aswan, un macroproyecto egipcio que iba a inundar la zona de Nubia, al sur de Egipto. Con ello, el agua se iba a llevar por delante no solo a Abu Simbel, sino también a unos cuantos templos más a orillas del Nilo, por ejemplo el de Philae. Arranca así el renacimiento de Abu Simbel, 32 siglos después de su construcción, gracias al proyecto de la UNESCO que lo salvó de las aguas junto al resto de templos. Esta exitosa campaña, que logró recaudar $40 millones para realizar los trabajos de traslado, fue además el germen de la futura lista de protección del Patrimonio de la Humanidad.

Abu Simbel

Estatuas sedentes de Ramses II en Abu Simbel

Nubia fue en ocasiones parte del gran Egipto clásico y en otras independiente, especialmente desde el año 1070 a.C. Probablemente con la necesidad de demostrar su poder allí, Ramsés II decidió construir el imponente templo de Abu Simbel, una de las obras maestras del Egipto clásico. Iniciado en el 1264 a.C., fue finalizado en solo 20 años. Entraron en el olvido y la arena los cubrió y preservó durante mucho, mucho tiempo. En 1813, el orientalista Johann Ludwig Burckhardt iba en una caravana cuando advirtió que un trozo de friso asomaba entre la arena. De vuelta a Europa, contó la historia a Giovanni Battista Belzoni, quien accedió al templo en 1817. Abu Simbel entusiasmó a arqueólogos de todo el mundo. Con la construcción de la presa, estos ofrecieron su ayuda. William MacQuitty propuso hacer una represa para protegerlo, pero al final triunfó el proyecto de trasladarlo. En 1964, un equipo multidisciplinar de arqueólogos, ingenieros y operadores de material pesado empezó a cortar el templo en bloques de veinte toneladas que reordenaron como si fuera un gran puzle 200 metros más atrás, lo justo para subirlo 65 metros de nivel.

Abu Simbel se compone de dos templos, ambos tallados directamente en la roca. El primero supone el endiosamiento definitivo de Ramsés II. El faraón se colocó en la entrada del templo, con cuatro figuras sedentes. Una de ellas se resquebrajó en un terremoto y se partió, cayendo los restos de cabeza y torso a sus pies. Ramsés fue más allá y se colocó en el santuario junto a las deidades de Ra, Amon y Ptah. Dos veces al año, la luz entra hasta el santuario e ilumina a Ra, Amon y Ramsés, pero no a Ptah, dios del inframundo. Entre la entrada y el santuario hay muchas salas en una disposición muy original. No lo es que haya una sala hipóstila con ocho grandes columnas, pero es sin duda la sala más interesante por los relieves, entre los que destaca un Ramsés imperial derrotando a los hititas. Al lado del gran templo está el de Nefertari, la esposa preferida de Ramsés. La esposa está aquí representada con la misma altura que Ramsés, algo único en Egipto.

Relieves en el interior de Abu Simbel

Relieves en el interior de Abu Simbel

Del resto de templos salvados destaca el de Philae, nombre romano de la isla donde descansó durante siglos un conjunto de templos que ahora están sobre la de Agilkia. La isla de Philae, situada un poco antes de la primera catarata del Nilo, estaba considerada uno de los lugares de enterramiento del dios Osiris y por tanto un lugar sagrado. Los templos fueron levantados siglos más tarde que el de Abu Simbel, en la era ptolemaica, y el principal fue ofrecido a Isis. Siguieron en uso en tiempos romanos hasta que se prohibió la religión egipcia. Todos los templos se consagraron al cristianismo y aún hoy se pueden ver cruces en el interior. Pero en cuanto a grafitis, lo más relevante de Philae es que contiene el último vestigio de escritura egipcia, datado en el 394 y situado en la puerta de Adriano.

Para visitar Abu Simbel, lo primero es volar a Aswan, cerca de la presa. Desde ahí existen varias opciones. La más habitual es partir en el convoy que aglutina a todos los turistas por temas de seguridad. Sale todas las madrugadas para ir y volver en el día. Es un viaje largo, de 280 kilómetros. Sin embargo, como en Abu Simbel no hay mucho más que hacer, suele ser lo más conveniente. Una opción similar, más cara y cómoda, es volar al pequeño aeropuerto de Abu Simbel. Cerca de los templos hay algún hotel para evitar tantos kilómetros en un día. Además, así podremos asistir al espectáculo de luz y sonido que hay por las noches. La última opción es hacer un crucero por el lago Nasser, con el que de paso se visitan otros templos salvados. Visitar Philae es más sencillo: basta con coger un taxi en Aswan hasta un pequeño embarcadero donde alquilar una barca que esperará a tu vuelta.

Foto: David Berkowitz Institute for the Study of the Ancient World

    2 Comments

  1. Precisos lugar.
    Interesante artículo

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.