Por un puñado de oro
Había una vez una lejana ciudad a orillas del río Yukon llamada Circle conocida como la París de Alaska. Vivían allí más de mil personas que disfrutaban de servicios como escuelas, bibliotecas, salones e incluso teatros. Un periodista se acercó a comienzos de 1896 para hacer un reportaje. A finales de ese año, Circle era una ciudad fantasma. Ninguna catástrofe la había asolado, pero todos sus habitantes emigraron unos kilómetros río arriba. Lo que ocurría se llamaba Klondike, una de las fiebres del oro más súbitas e intensas en la historia de Norteamérica. En solo tres años, hasta 100.000 buscadores intentaron llegar aquí. Lo consiguieron menos de la mitad, apenas unos miles encontraron oro, solo a unos cientos les fue rentable y casi todos lo desperdiciaron en Dawson. Esta ciudad en la confluencia de los ríos Yukon y Klondike recibió el flujo migratorio y lo gestionó como pudo en este breve caos social. La marabunta pasó y dejó tras de sí un legado físico que incluye las consecuencias para los indígenas de la nación Tr’ondëk, principales afectados de esta fiebre.
El nombre completo de la primera nación de zona canadiense es Trʼondëk Hwëchʼin, subgrupo del etnolingüistico Hän. Salmones, caribúes y alces eran la base de supervivencia de estos cazadores con nulo interés en el oro que bullía en sus ríos. Los primeros occidentales llegaron a mediados del siglo XIX con su mirada puesta en las pieles, lo que para Trʼondëk Hwëchʼin no dejó de ser una nueva fuente de ingresos, tanto por el comercio como para asistir a los recién llegados. Testigo de esta época son puestos occidentales como Fort Reliance, unos kilómetros al norte de Dawson o Forty Mile. Sobre este estaba Ch’ëdähdëk, un campamento indígena que viviría una profunda transformación. En una isla del río Yukon se estableció una misión religiosa donde fueron desplazados todos los indígenas. De esta época son también los cementerios separados de los habitantes de este punto del río: el de Forty Mile y el cementerio indígena Dënezhu. Otro asentamiento cuya persistencia se prolongó más allá de la fiebre del oro fue la conocida como Ciudad Negra, un campamento dedicado a la caza de caribúes.
Lo que ocurrió con la fiebre del oro fue un complicado ejercicio de equilibrio para los indígenas, liderados por el jefe Isaac. También fue impactante para los propios canadienses, porque la inmensa mayoría de los buscadores llegaron de Seattle y San Francisco. Se hacía fundamental gestionar el paso fronterizo en el río Yukon, para lo cual se fundó Fort Constantine, de muy corta actividad. Campamentos estacionales históricos de los indígenas como Tr’ochëk, frente a Dawson, fueron desplazados. En su lugar se fundó el pueblecito de Lousetown. Muchas tierras fueron reclamadas por los recién llegados y, aunque la fiebre duró relativamente poco y en 1908 había pasado, durante décadas Trʼondëk Hwëchʼin perdió su territorio ancestral, donde llevaban morando siglos. En los años 70, los indígenas reclamaron al gobierno canadiense y empezó a revertirse la apropiación sistemática de territorios indígenas.
Hoy, Dawson City alberga poco más de mil habitantes que mantienen en el oro su principal actividad, aunque lejos de la intensidad pasada, cuando aquí se agolpaban más de 10.000 personas. Otro cambio demográfico profundo fue la mezcla étnica, pues hasta los años 60 los indígenas Trʼondëk Hwëchʼin vivían en Moosehide, un antiguo campamento al que confinaron a los indígenas. Hoy deshabitado, sigue siendo un simbólico lugar de reunión para los ellos. Vivir, viven en Dawson. Este pequeño pueblo ha vivido en su corta historia una retahíla de crecimientos, decrecimientos, incendios y riadas. De momento ningún corrimiento de tierras, aunque uno muy visual forma parte del fondo de este pueblo organizado racionalmente en una rejilla regular, muy apreciable desde Midnight Dome. Entre sus edificios históricos más relevantes, generalmente de madera, están el Banco de Comercio canadiense, la antigua Corte judicial, el antiguo edificio de administración territorial, la iglesia anglicana de San Pablo y el Hotel Yukon.
Dawson está hoy mejor conectada con el resto del mundo que en tiempos de la fiebre del oro, cuando el viaje llevaba meses. No quiere decir que el viaje sea sencillo, aunque el turismo es una actividad habitual aquí. La mejor manera de llegar es por tierra a través de las carreteras Top of the World o Klondike, dependiendo de dónde vengamos. Son recomendables el museo de la ciudad y el centro cultural Dänojà Zho, más centrado en la historia indígena. Si queremos rememorar la época de la fiebre del oro hay excursiones dedicadas o podemos aventurarnos en el salón de juego Diamond Tooth Gertie. Otra actividad famosa es probar el cóctel Sourtoe en el hotel Downtown, solo para los más atrevidos. Dada el durísimo clima de Dawson lo más recomendable es limitarse a viajar aquí en verano.
Fotos: Derek Ramsey / Tr’ondëk Hwëch’in
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